Al suelo cabrones!

Joaquín se alejó del lugar por el mismo camino por donde había llegado, pero ahora con un caminar muy lento, la herida en la pierna seguía sangrando de manera copiosa, por lo que a cada paso que daba se debilitaba aún más; además, el dolor le impedía caminar de manera normal pues tenía que arrastrar la pierna.

Sabía que tenía que hacer algo si no quería quedar tendido desangrado en medio de su huida.

Se detuvo un minuto en una licorería, abrió la maleta, de la que sacó algunos dólares y pagó por una botella de ron, un paquete de papel sanitario, dos cajas de analgésicos y tres encendedores. Dejó dos billetes verdes sin fijarse en el precio.

Lo único que quería era alejarse lo más pronto posible de aquel lugar.

—¿Se siente bien, señor? —preguntó la dependienta al ver la sangre que salía de la herida de Joaquín.

¿Señor, qué le ha pasado?, ¿quiere que llame a una ambulancia?

No, gracias, fue solamente un accidente. –Respondió Joaquín mientras que de

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