—No se preocupe por eso, señora Davies. Yo la sostengo —se rio Gilbert—. Pediré que le lleven ropa adecuada a su habitación, ¿nos vemos en las pistas en media hora?
Valeria asintió y Artur Gilbert salió de la sala de juntas del hotel con una sonrisa.
—Nick, por Dios, que no se te ocurra hacer una