—¿De tu vida? ¡Ja! De tu oficina, quizás. No olvides que yo te parí, querido, y sé muy bien que no has dejado de pensar en ella ni un solo día.
Layla se levantó, le dio la vuelta al escritorio y tomando la carpeta la empujó contra el pecho de su hijo.
—Fírmalo. Quiero mi capital depositado en mi c