DOS AÑOS DESPUÉS
Las risas de mis hijos llenaban mis oídos. Linsey jugaba con su hermano pequeño, Denis, en la nieve, mientras Damián y yo los observábamos.
Hace tan solo unos días había recuperado mi libertad y lo primero que hizo mi esposo fue traernos al lugar donde nos dimos nuestro primer beso: Vancouver, Canadá.
El paisaje era un cuadro perfecto de invierno. Los pinos cubiertos de nieve se alzaban majestuosamente bajo un cielo claro, y las montañas en el horizonte completaban una vista que parecía sacada de un cuento de hadas. Denis tropezó al intentar formar una bola de nieve, y Linsey, como la buena hermana mayor que era, lo ayudó a levantarse, limpiándole la cara con cuidado.
—Se llevan tan bien —murmuré, apoyando la cabeza en el hombro de Damián.
—Claro, tienen una excelente madre —respondió él con una sonrisa de orgullo, besando la cima de mi cabeza.
No pude evitar reírme. Su calidez seguía siendo mi refugio. Después de todo lo que habíamos pasado, estar aquí, rodeados por