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04 – EN LAS GARRAS DEL ALFA SUPREMO

POV: AIRYS

Retrocedí algunos pasos, mi corazón latiendo contra las costillas. Él avanzaba lentamente, su forma lupina imponente, cada paso calculado, silencioso y letal. El aire helado quemaba mi piel, pero el frío no era nada comparado al pavor que recorría mi espalda.

— Me niego a creer que la Diosa enviaría un monstruo para buscarme. — Grité, aunque temblando.

Miedo. Irá.

Un instinto primitivo pulsaba en mis venas, exigiéndome huir.

Daimon gruñó, el sonido profundo vibrando en su pecho, reverberando dentro de mí.

— Estoy tan sorprendido como tú, pequeña conejita. — La provocación escurría de sus labios con un sarcasmo afilado, mientras él seguía acorralándome.

Sentí el borde del acantilado bajo mis pies. Un paso más y caería. Mis ojos bajaron al vacío debajo, la nieve desplazada cayendo en picada.

— ¡Salta! — La orden llegó como un desafío, fría y cruel. — ¿O, además de débil, también eres una cobarde?

Tragué saliva. Me estaba poniendo a prueba. Quería ver hasta dónde llegaría.

— Te golpeé una vez, ¡puedo hacerlo de nuevo! — Mis manos se cerraron en puños, adoptando una postura defensiva ridícula frente a un Alfa Supremo.

Él ríe. Un sonido grave, sombrío, cargado de diversión y desprecio.

— ¿Crees que puedes derrotar a un alfa? — Sus ojos brillaban, analizando cada detalle de mi cuerpo tenso. Luego inclinó la cabeza, respiró profundamente y cerró los ojos por un segundo. — Estás herida.

Seguí su mirada y vi los cortes en mis rodillas, la sangre manchando la piel fría.

— Perdón, su alteza, por dañar su mercancía. — Hice una reverencia exagerada, cargada de provocación.

El frío debería haber entumecido mi mente.

¿Realmente estaba provocando al Alfa Supremo?

— Humana… — El tono de Daimon salió bajo, feroz. Sus ojos se abrieron, intensos, rojos, como sangre fresca. — Necesitas aprender algunas lecciones.

Antes de que pudiera reaccionar, avanzó. El movimiento fue rápido y preciso. Mi cuerpo se congeló por un segundo antes de que el instinto gritara que retrocediera. Di un paso en falso. La nieve bajo mis pies resbaló, y un grito escapó de mi garganta cuando sentí el vacío.

Cerré los ojos, esperando el impacto.

Pero algo me tiró de vuelta.

El tejido fino de mi vestido se estiró con fuerza, y cuando abrí los ojos, me encontré cara a cara con Daimon. Ahora, en su forma humana.

El frío pasó a un segundo plano.

Sus ojos, antes feroces, eran ahora más terrosos, con tonos rojizos que parecían brillar bajo la luz débil. Su rostro estaba marcado por cicatrices en la mejilla y la ceja, esparcidas por su cuerpo fuerte.

¡Parecía esculpido para la guerra!

El cabello oscuro llevaba reflejos cobrizos. El acento ruso hacía que su voz fuera aún más cortante, cada palabra cargada de autoridad.

Mi respiración vaciló cuando mis ojos descendieron. El tatuaje cubría su brazo derecho, subiendo por el hombro, deslizándose por el costado del pecho y bajando por el abdomen hasta la cadera. Mis ojos siguieron el trazo hasta darme cuenta…

Mi rostro se incendió.

— ¡Estás desnudo! —exclamé sorprendida.

Daimon gruñó, los dientes apretados.

— Humana tonta. — Su voz era una advertencia, impaciencia.

Su brazo sujetaba firmemente el fino tejido de mi vestido, manteniéndome suspendida sobre el abismo.

Mis pies no tocaban el suelo. El vacío abajo era aterrador. El viento silbaba contra mi piel, y el desespero me hizo aferrarme a su brazo con fuerza, intentando encontrar algo de apoyo. Miré hacia abajo, pero la oscuridad devoraba todo. No sabía la altura, solo sabía que una caída significaba una muerte segura.

— Por favor, Alfa… — balbuceé, el pánico apoderándose de mí. — No quiero morir.

Mi corazón latía, fuerte, descompasado. Mis dedos apretaban aún más su piel caliente, con la esperanza de que me sacase de allí.

Daimon inclinó la cabeza lentamente, estudiándome con esa mirada afilada. Su presencia era brutal, opresiva, como si pudiera aplastarme sin esfuerzo. Cada músculo de mi cuerpo estaba tenso, erizado por la energía peligrosa que él emanaba.

— Primera lección, conejita. — Gruñó controlado, amenazante.

Dio un paso hacia adelante, llevándome con él. El pavor me dominó cuando me di cuenta de que ahora estábamos en el límite del acantilado, sujetándome como si fuera nada en sus manos.

Mi rostro estuvo demasiado cerca del suyo, lo suficientemente cerca para ver el brillo afilado de sus colmillos.

El calor de su respiración tocó mi piel.

— Solo huye si estás segura de que puedes escapar.

Tragué saliva, mi cuerpo reaccionando por puro instinto. Asentí frenéticamente, incapaz de formar palabras.

Desearía creer que era solo el miedo a la muerte inminente, el pánico de estar a su merced.

Pero algo dentro de mí pulsaba de una manera diferente. Algo que no tenía sentido. Su presencia me asustaba y, al mismo tiempo, despertaba algo que no podía controlar.

Él era peligroso. Y lo sentía en cada fibra de mi cuerpo.

— ¿Alguna lección más, o planeas dejarme caer? — Las palabras salieron antes de que pudiera pensar.

Debería haber perdido el juicio.

Daimon me miró, y por un segundo, vi algo brillar en sus ojos. Algo, intenso, cruel… me he interesado.

Una sonrisa se formó en la esquina de la boca de Daimon, lenta, calculada, como si estuviera saboreando mi rendición. Sus ojos analizaban cada detalle, como si decidiera qué hacer conmigo.

Antes de que pudiera reaccionar, se movió. Rápido. Preciso.

Mi cuerpo fue lanzado contra la nieve. El impacto fue frío, pero no sentí el hielo. El calor que irradiaba de él era sofocante. Él se cernía sobre mí, los músculos rígidos, manteniéndome atrapada.

Sus dedos envolvieron mis muñecas, sujetándolas por encima de mi cabeza. Intenté liberarme, pero él apretó más.

— Segunda lección, humana. — Su voz salió baja, arrastrada, cada palabra cargada de amenaza.

Sentí el toque áspero de sus colmillos rozando mi piel. Mi cuerpo se quedó inmóvil cuando él se deslizó hasta mi oído y gruñó, ronco y peligroso.

— No provoques a mi bestia de nuevo. La próxima vez, quizás no me contenga.

Mi respiración se volvió inestable. Mis ojos se abrieron al encontrar los suyos, tan cercanos, tan intensos.

Él no parecía afectado por el frío. Pero había sudor en su frente, una gota deslizándose por la piel marcada por cicatrices. Los músculos de sus brazos estaban tensos, rígidos, cada fibra de su cuerpo en alerta.

Mordí la esquina de mi labio sin pensar.

Los ojos de Daimon bajaron hacia mi boca.

Intenté desviar la mirada, pero sentí el toque afilado de una garra bajo mi mentón, obligándome a levantar el rostro. Su respiración caliente golpeó contra mi piel, y se inclinó más, nuestras bocas casi tocándose.

— Lección número tres. — Su otra mano soltó mi muñeca y se hundió en la nieve al lado de mi cabeza, los dedos clavándose en el hielo. — Controla tu olor, si no quieres convertirte en cena de lobo.

Abrí los ojos al darme cuenta de sus intenciones ocultas, el tono terreno ahora completamente moldeado al rojo sangre, al instinto puro de su bestia…

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