Asentí, corrí hacia la habitación y me di un baño, poniéndome el collar que me había dado cuando pasé la prueba de la manada. Suspiré, arrodillándome frente a la ventana donde comenzaba la noche y la luna comenzaba a aparecer:
— Diosa, te imploro, protégenos y ayúdanos a traer a salvo a mi sobrino. — Supliqué sintiendo la brisa acariciar mi rostro. — Gracias, Luna.
Suspiré decidida, salí de la habitación, viéndolo también limpio en su forma de lobo, pasando sus pelos por mis manos, me puse a su lado frotando mi hocico en su cuello.
— ¡Vamos a traer de vuelta a nuestro cachorro! — Gruñó el Alfa determinado, ya en las puertas de la manada, señalando a todos los lobos. — La prioridad es mi cachorro, solo saldremos de allí con él, cualquier retroceso por cobardía será castigado con la muerte.
Los lobos aullaron agitados.
— ¡VAMOS! — Rugió el lobo plateado imponente haciendo que todos corrieran mirando la aurora boreal que indicaba parte del camino.
— Alfa, ¿cómo sabremos cómo caminar por