CAPÍTULO 2

La sonrisa seguía dibujada en su rostro (tenía que fingir) mientras los invitados se acercaban a felicitarla. Fue en ese momento donde, de manera brusca y poco educada, fue hasta su ahora esposa y la tomó de la muñeca fuertemente apartándola del mundo que celebraba ese matrimonio.

— ¿Qué te pasa, Diego? —se quejó Cameron tan pronto como él la soltó.

— ¿A qué debo esa estúpida sonrisa en tu rosto?

Si su increíble físico la había asombrado al llegar al altar, ahora la hacía temer. Las venas en su cuello demostraban lo molesto que estaba.

— ¿De qué hablas? —preguntó un poco más segura de ella.

—Nunca lo olvides, Cameron. Nunca olvides estas palabras porque te puedes arrepentir. Que tú hayas sido la primera y la que más insistiera para darme un hijo, el hijo que necesito, al llevar los papeles a mi abuelo, no significa que te creas el lugar de esposa. No eres nada, Cameron, no eres más que un instrumento que me va a ayudar a tener lo que quiero. Este es un contrato de matrimonio, nada más, nada menos, ¿de acuerdo? Nunca olvides mis palabras porque de lo contario, te puede lastimar más que a nadie.

Y sin decir nada, él se fue dejando a Cameron completamente atónita.

Las lágrimas en sus ojos eran las mismas que no habían dejado de salir desde ese momento en que él la humilló.

Encerrada en esa habitación, ahora se daba cuenta que estaba perdida.

A la puerta, un par de golpes.

—Adelante —autorizó Cameron. Las lágrimas ya se habían secado en su rostro.

— ¡Cameron, el baile de los novios! En tres minutos deben de estar ahí.

—Ya voy.

Y sin más por decir, la mujer que había ido a avisarle, salió sin siquiera molestarse por preguntarle qué le pasaba. Nadie parecía querer darse cuenta que ella lo que más necesitaba era tener con quien hablar.

Sin más que hacer, se levantó de su lugar dejando el ramo a lado. Ya no le importaba seguir la tradición, todo lo que quería era que el show terminara.

Afuera, en la gran casa en donde se había decidido la celebración. Todos parecían genuinamente contentos. Con una falsa sonrisa, Cameron caminó hasta el centro mientras buscaba por su esposo, el cual no veía por ningún lado.

Su corazón comenzó a latir de un momento a otro. Diego no podía dejarla ahí, que lidiara con eso ella sola.

— ¡Queridos invitados, por favor su atención! —llamaron por el micrófono. — ¡La pista libre, la siguiente pieza será bailada solo por los novios. Un aplauso, por favor!

Y sin querer hacerlo, Cameron miró a su alrededor y al darse cuenta que el mundo ya la miraba, avanzó un par de pasos dispuesta a hacerlo por ella misma. Ni Diego era tan fuerte ni ella tan débil, al final él lo había dicho bien, ellos no eran más que un contrato.

Y de pronto, las luces del salón de apagaron, de pronto sus pasos adelante y al final, una persona que la tomaba de la cintura por detrás haciendo que ella se exaltara de un momento a otro.

— ¡Shh, tranquila! Sigue mis pasos —dijo aquel hombre muy cerca del oído de Cameron. —Nadie se dará cuenta si mantienen las luces apagadas.

No, esa persona no podía ser Diego porque la persona que la había tomado de la cintura, era un ángel que la había salvado de ese momento tan vergonzoso mientras Diego buscaba hundirla.

Y en el segundo piso de aquella gran casa, Diego Ferrer la miraba sonreír mientras bailaba.

— ¿Quién es ese que baila con mi esposa? —preguntó Diego a uno de sus hombres.

—No lo sabemos, señor.

Un suspiro nació de la más profundo de él. Algo no estaba bien. Porque si ese era su primer amor, el que ella clamaba amar, él lo iba a matar. No iba a permitir que nada se atravesara en ser el heredero legítimo.

Aquella boda no era la típica boda donde los protagonistas bailaban hasta el cansancio. Aquella boda no era la típica boda donde los invitados lograban oler el amor de los recién casados a leguas porque la verdad era que esa no había sido una típica boda ni mucho menos sería un típico matrimonio lleno de amor.

Tan pronto como Cameron fue sacada de la boda por los hombres de su abuelo después de que se enterara de lo que había pasado, Cameron llegó al hotel donde se supone, le harían creer a la gente que pasarían su primer noche de bodas.

El camino solo le había servido para llenarse de valor en contra de lo que estaba frente a ella.  Quizá su vida no iba a ser la misma ya pero ella no estaba dispuesta a hacerla más miserable de lo que ya lo era.

En la habitación, no había señales de su esposo. Los lujos de aquella simple habitación la hacían pensar que estaba ya en casa viviendo con él.

Para esa noche, una sola cama.

Lentamente, Cameron se quitó el vestido y todo lo que había valido una fortuna solo para hacerle creer a la gente que eran la típica pareja enamorada a la que no le importaba gastar para recordar el momento. Para ese momento solo tuvo un deseo. Ella no quería verlo, ella no quería saber de él, al menos no por esa noche.

Con la mente llena de ideas, se dirigió al baño ya casi desnuda mientras desataba su cabello. ¿Cuál fue su sorpresa al encontrarse con aquel hombre que no quería ver poniendo la toalla alrededor de su cintura?

Avergonzada, todo lo que pudo hacer al momento de cerrar los ojos y gritar fue quitar la toalla de alrededor de la cintura de Diego y cubrirse con ella el cuerpo como si se tratara de toda una escena cómica.

Esperando todo menos aquel movimiento de su parte, Diego fue sorprendido haciendo que de un momento a otro se lanzara casi a ella para al final, caer al suelo juntos.

Sintiendo la presión sobre su cuerpo y la manera en la que latía su corazón, Cameron abrió los ojos poco a poco solo para encontrarse con la estúpida sonrisa de aquel hombre,

— ¿Asustada, querida Cameron de Ferrer? —preguntó Diego con burla.

— ¡Quítate de encima!

—No lo disfrutes mucho, querida. Esto no es para siempre.

—Quítate o juro que te pateo.

La verdad era que ella estaba decidida a todo con tan de alejarse de él, odiaba sentir lo que estaba sintiendo, odiaba que su corazón latiera tan rápidamente al mismo tiempo que odiaba más que nunca, más que a nada sentir como su perfume impregnaba su ser al mismo tiempo que sentía su aliento navegar ya por su cuerpo y la sonrisa en el rostro masculino de Diego que no se iba. No era Bastián. Era Diego, ¡malditas seas!

—Dime, contesta está pregunta siendo honesta, ¿piensas que te trato mal?

— ¡Quítate o…!

— ¡¿O qué?! No puedo esperar hasta el día en verte rendida, no puedo esperar hasta ver en tu rostro lo mucho que me detestas, lo mucho que desearías regresar el tiempo para no haber presentado ese estúpido documento en el que estipulaste que serías tú la madre de ese niño que necesito.

— ¡Veremos quien resulta ser el más infeliz!

—No lo disfrutes mucho, dime, ¿desearías que fuera el imbécil que bailó contigo en la tarde quien estuviera aquí? Ya puedo ver nuestro futuro, tú siendo la que no puede soportar la idea de no dormir con él, siendo la infiel en la relación porque, ¿te has acostado con él? ¿Miento? Vi la manera en la que bailaban, no lo niegues más.

Los ojos de Cameron se abrieron de manera sorpresiva.

—Diego, yo, yo no… ¿cómo puedes pensar eso? Yo no haría eso.

Con una sonrisa coqueta, Diego se apartó de ella dejándole saber a Cameron que él siempre había estado en ropa interior.  Al mismo tiempo, ella se levantó. —No te preocupes, no me importa y deja de actuar como si este matrimonio te importara, al final no somos nada. No tomes un papel que no te corresponde si no quieres que tome el dinero que le he dado a tu familia para que sean quienes son. Date un baño y apúrate, tenemos una cena más tarde.

— ¿Qué? Son las ocho de la noche.

—Mi mundo funciona diferente, ya deberías de saberlo. En un momento pasan por ti y te llevarán a nuestra casa, apúrate.

Y sin más, Diego salió dejándola con mil pensamientos en la mente.

Paredes blancas, un piso hecho del azulejo más caro y por cada habitación, podía caber una casa entera dentro. Las perfectas cortinas de las grandes ventanas. El silencio que todo lo invadía y una casa que le era presentada en donde seguramente, ella iba a pasar una vida infeliz.

Y sobre la cama de aquella habitación que era de los dos, un vestido negro. Aquel tipo de vestido que solo una dama como ella podía llevar.

Con una sonrisa en el rostro lo levantó. Realmente era hermoso y debajo del vestido, una nota.

“En diez minutos te espero en la siguiente dirección. Uno de mis hombres pasará por ti. Usa el vestido.”

Lloró. Ese era su destino.   

Y como si algo la hubiera llamado a levantar la vista hacia el buró de la habitación, logró ver aquella foto que rompería su corazón sin realmente encontrar la razón del porqué.

Sobre la cama que seguramente, ni uno de los dos pretendía compartir con el otro, había un vestido y en el buró una foto. Una foto como si él hubiera deseado que eso fuera lo primero que ella viera al entrar a esa habitación.

Diego Ferrer y aquella mujer de cabello rubio. La sonrisa en sus rostros era mágica, nunca antes ella había visto a Diego sonreír de esa manera, ni siquiera en sus recuerdos se encontraba aquel Diego.

Estaba dicho, Diego ya tenía una vida fuera de ese contrato matrimonial y eso, eso por alguna extraña razón, le hacía sentir alguna rara emoción en el corazón de Cameron. Una inexplicable emoción.

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