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Después de varios kilómetros de carreteras serpenteantes, emplazadas sobre altísimos acantilados que rompían directamente al mar, bosques milenarios, rocas prehistóricas y coloreadas aldeas de pescadores; al fin se divisaban desde la carretera principal, siete hermosas casas de verano típicas de un paisaje costero. Todas se levantaban una al lado de la otra frente al sereno mar del norte de la isla Victoria. Estaban separadas entre sí por un extenso prado de tonalidades verdes, doradas y rojizas, cruzado a su vez por sinuosos senderos que se unían con la carretera principal. A un costado de las mismas se alzaba un imponente bosque de coníferas, el cual contrastaba espléndidamente con el inmaculado color blanco de sus paredes y sus tejas grises. Sus amplias ventanas panorámicas, reflejaban los vivos rayos del sol como un espejo tembloroso.

¡Vaya! ¡Qué hermoso paisa

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