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Fugazmente me pareció advertir dos hombres de traje en el asiento delantero del auto. Miré a John y sus facciones se veían pálidas y tensas, el sudor le chorreaba copiosamente por la sien. Empezaba a sentirme exhausta, empezaba a sentir un temor en John. Nuevamente echó otra mirada hacia atrás y al percatarse de que el auto estaba más cerca, su expresión fue de súbito terror. De la impresión, se me aceleró el corazón y una idea macabra iluminó cruelmente mi cerebro: Quieren capturarnos en este momento, en este lugar y aún con testigos, por las delictuosas relaciones que John mantiene con la ley. ¡Santo cielos! Pero aquellos hombres no eran de la policía, entonces: ¿Quiénes eran? ¿Por qué nos seguían?

—John, por favor. ¿Qué pasa?

—Sigue caminado, Carena.

Llegamos al final de la calle d

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