La realeza.

JENNA’s POV.

Siempre fui buena dentro de la definición que impone la sociedad; buenas calificaciones, buena hija, buena amiga, buena persona. Cometí uno que otro error y sucumbí a los pecados como cualquiera, no creo merecer por lo que estoy pasando.

¿Qué fue lo que hice?

¿No pasarle la tarea a Isaac? ¿Andar en guerra con Nova durante cinco años? ¡Ya hicimos las paces! Somos buenas amigas, hipócritas, pero amigas al fin.

¿Por qué razón estoy pagando este karma tan extraño? Me siento perdida, desorientada, aturdida, sofocada y lejos de mi familia porque este sin duda no se parece en nada a mi corrupta ciudad, tampoco parece ser otro del país o continente. Estoy muy lejos, sola y con ganas de llorar.

Llevaba rato despierta, intentando entender lo que estaba pasando, dándole lógica a dónde me encuentro sin aún poder creer lo que veo.

A lo lejos hay un bosque que se extiende hasta donde el vitral me deja apreciar, debajo de la torre en la que estoy hay guardias rodeando el lugar, cuento unos siete y no tengo idea de cuántos más habrá «Es un castillo» es lo único que he podido apreciar.

Acaricio el escote de mi pecho evaluando como el encaje me define la figura. Más allá del puente logro reconocer un pueblo estilo siglo XIV.

Parpadeo contra el fuerte brillo del sol dilatando mis pupilas. Todo me da vuelta y lo primero que me viene a la cabeza como pelota de futbol son: Rafa, un gato negro—que por mucho que lo intente no logro recordarlo—, unas malditas rosas y… ojos violetas.

Él me trajo hasta acá. Es lo único razonable que puedo deducir.

Vuelvo a echar un vistazo a la habitación en donde desperté. Luminosa, elegante, con paredes empedradas, sin cuadros ni televisor y un hermoso piso de madera bien pulido, por lo menos doy gracias de que haya electricidad y no estar en un pueblucho primitivo.

Me dedique a detallar el candelabro de cristal arriba de la enorme cama, aparto la vista cuando vuelvo a sentir el latigazo en la córnea. Desde que desperté no puedo ignorar la molestia en mi ojo izquierdo, duele, arde y el párpado me palpita intento verme en los utensilios que parecen de oro pero mi imagen se distorsiona.

Con cada pregunta mi estómago se estremece haciendo que un reflujo ácido se aloje en mi garganta. Mi mente está colapsada con preguntas tipo: « ¿Dónde estoy? », « ¿Qué hago aquí? », « ¿Que quieren de mi si virgen no soy? » y « ¿Por qué llevo un vestido? ». Creo que de todo esto y seguramente lo más angustiante y extraño sería lo de mi atuendo.

¿Quién me cambió la ropa? ¿Me habrán visto desnuda? No, sigo teniendo la misma ropa interior, aunque puede ser un violador educado que pone las bragas luego de follar.

Le doy otro repaso a mí alrededor, en definitiva me he vuelto loca. Caí en las alucinaciones y de seguro que en una hora una mujer de blanco vendrá a darme la medicina.

—Mujer de blanco. —repito con cierto sabor a deja vú—. ¡Sophia!

Los huesos me pican con la idea que también la hayan secuestrado como a mí, mi mente maquina escenas asquerosas de ella gritando mientras yo estuve inconsciente. No armo un escándalo para no llamar la atención porque quiero, no, necesito escapar y encontrarla.

Corro hacia la puerta y al abrirla me encuentro con dos hombres inhumanamente altos resguardan la salida con sus armas cruzadas impidiéndome el paso. Sin una pizca de duda me deslizo por debajo de ellos levantando el voluminoso vestido blanco para no tropezar, bajo las escaleras como una versión de Cenicienta más desesperada con bramidos a mi espalda.

Los nervios me obligaron a voltear y ver a los guardias seguirme, pero mis esperanzas se fueron a la Conchinchina cuando a los pies de la escalera acechaban otros guardias.

Un fuerte jalón me tiró al suelo cuando pisé la tela del vestido obligándome a rodar por la alfombra, los pocos escalones que me faltaban los podía sentir golpeándome en todos lados.

Saboreo la sangre que empieza a brotar de mi labio. Los sujetos me levantan, reteniéndome por ambos brazos; soy arrastrada en contra de mi voluntad y no puedo evitar sentirme como condenado a la guillotina.

La confusión se transforma en miedo, y el miedo me arrebata las fuerzas de seguir luchando. Los guardias se detienen y echo un vistazo antes de caer de rodillas.

Mis costillas me duelen, la cabeza me retumba y al alzar la mirada el cuello me truena.

«Quiero a mi hermana.» es lo único en lo que pienso. «Quiero despertar.»

Me encontraba en un enorme salón, iluminado por ventanales que me ofrecían otro ángulo del pueblo. Todo seguía enmarcado en piedra y el suelo de una madera que parecía costosa, el oro en los decorados me ciegan pero no me impide darme cuenta que a mi derecha hay guardas, a la izquierda más guardas y frente a mí, un hombre con una amplia sonrisa.

Si hay algo que la ciencia ficción me ha enseñado es que si despiertas en quien-sabe-donde y ves a un hombre vestido de seda, con tiara de quinceañera sentado en una silla con almohadas ese, definitivamente, es el rey.

Sus brazos están a cada lado del trono manteniendo una pose llena de poderío que me manda ola de electricidad por mi piel. Los murmullos cesan y un silencio sepulcral le roba la corona a su majestad.

¿Qué tengo que hacer ahora? ¿Una reverencia? ¿Besarle la mano? ¡Estoy de rodillas con un vestido que deja a la vista mis pechos! ¡¿Qué más espera de mí la realeza para que se digne a hablar!?

La comezón en el ojo vuelve a molestar, intento levantarme hasta que…

«Huye»

Un murmullo me petrifica más no comprendía lo que decía. Veo a todos lados buscando el origen de la voz pero todos están con la cabeza abajo.

¿Huye?

Me levanto insegura de saber si es lo correcto, siento su mirada recorrerme y parar en mis ojos. Los caballeros con armadura y las mujeres salidas de un anime porno, me miraban como un bicho raro.

—Fascinante… —su gruesa voz resonó por toda el salón y no pude evitar estremecerme—. No solo nos demostraste una personalidad sagaz y malagradecida al intentar salir huyendo, sino que tus ojos… son algo extraordinarios.

Posee un atractivo que impresiona a pesar de las canas, con rasgos maduros y una barba oscura y bien cuidada; acaricia su labio inferior sin dejar pasar ningún detalle. Me mira con un hipnotismo como si estuviera venerando a una diosa.

—Son marrones. —contesto a secas, internamente alagada y a la vez avergonzada.

Distinguí una sonrisa maliciosa antes de que se levantara y caminara hacia mí, logro reconocer en su expresión que algo de lo que dije no estaba bien.

—Tal vez uno, pero el otro… —acerca su mano a mi rostro y por reflejo me aparto. Su mano queda en el aire y su sonrisa se borra.

— ¿Qué con mis ojos?

Parece no creerse mi rechazo por lo que aumento su curiosidad, lo noto por la lascividad con la que me determina.

—Un espejo. —solicita, en segundos una chica lo trae y me lo extiende.

Dudo en aceptarlo.

Una pequeña decima de segundos fue lo que duró el espejo en mis manos antes de soltarlo, la misma sirvienta que lo trajo no tardó en recoger los pedazos rotos. Mis manos vuelan a mi boca evitando que grite y luego a mi ojo sin creerlo.

Me estaba comenzado a hiperventilar.

Preguntas fantasmas, rosas inexistente, ¿y ahora despierto en otro lugar con un ojo azul?

Sea lo que sea no me preocupo por mi salud o por si me voy a morir. Había estudiado está condición genética, heterocromia. Más que sorprendida estaba anonadada. Eso confirma todas mis sospechas, esto es un sueño, una pesadilla.

Lo del ojo es lo de menos. Aquí lo que importa es ¿¡Cuándo vendrá la maldita enfermera a darme la cochina pastilla?!

—Espero que le haya gustado su vestimenta. —comenta en tono galante.

— No. —suelto sin pensar—. Quiero decir… Es muy hermoso y todo pero. —me detengo para pensar si ser descortés con quien probablemente me encarcele—. ¿Se puede arreglar?

¿Qué? ¿Estoy secuestrada y aun así pido otra ropa? En definitiva estoy loca.

Minutos largos me hicieron creer que la cague. No conozco sus costumbres por lo que es probable que lo haya ofendido.

Entrecierra los ojos como si estuviera estudiando mi rostro, mis gestos y mi ojo. Pienso en disculparme pero…

—Por supuesto, lo que sea para hacer más placentera su estadía. ¡Costurera! —pude volver a respirar. Una mujer no más joven que yo se apareció ante nosotros—. Confeccione un vestido a las peticiones de la joven.

Analizo el salón nuevamente, entendiendo un poco mejor el ambiente y las mujeres que me observan. Ya veo. Les daré de que hablar cuando vean mi diseño del “vestido”. Con el numerito que acabo de hacer en las escaleras prefiero algo más cómodo para escapar.

—Sí, majestad. —la chica hace una reverencia y luego posa su mirada en mí, más específico: mis ojos—. Acompáñeme, señorita.

Su largo cabello rubio se agita cuando se da la vuelta y yo la sigo. Caminamos por el salón que pensé que nunca terminaría, hasta que entramos a un pasillo angosto y algo tenue.

—Oye. —me atrevo a hablarle y esta voltea a verme—, esto va a ser incómodo pero actualmente me bajo y pues…

— ¿Qué le bajó, señorita? —me mira con el ceño fruncido.

Yo balbuceo algo incomoda.

— ¿Andrés? ¿Carrie? ¿El Holocausto? ¿El milagro de Moisés?

—No sé de qué habla, señorita.

La chica se detuvo, sin borrar su expresión de preocupación e ingenuidad. «Y yo diciéndole estúpida a Debrah cuando esta le hace competencia.»

—Okey. Supongamos que me quedaré aquí hasta lo que esto dure. —o me agarren de concubina porque por lo visto… —. Primero que nada: no me llames “señorita”, me siento vieja, me llamo Jenna, mucho gusto.

Extiendo mi mano la cual no dura mucho sin el frio contacto de sus guantes de sedas rojos. Me respondió con su nombre: Dorianna.

—Segundo: ya no sé cómo decirlo, pero estoy sangrando por aquí. —apunto mi pelvis.

— ¡Oh! Eso. —se echa a reír con sutileza y continúa caminando—. Ya no se tendrá que preocuparse por eso, señorita Jenna. —fruncí el ceño—. Los doctores la revisaron y ya se le fue la menstruación.

Resalta la última palabra con un tono de superioridad y diversión. Cómo diciéndome estúpida en mi propia cara.

Pasamos un rato paseando por las instalaciones del castillo. Este mundo no era tan diferente como el mío, lo que cada vez hace más creíble que esto sea solo un sueño, un sueño del que muy pronto voy a despertar. Sea. Cómo. Sea.

Entramos a una especie de almacén y no oculte mi sorpresa por las grandes cantidades de telas y diseños pegados en las paredes. Admito que algunos vestido me encantaron, pero no para llegar al punto de querer recorre el pueblo con cien kilos de relleno que de seguro pisaré a cada rato, volviendo a que pegue la jeta en el piso.

Ambas tomamos asiento en una mesa de confecciones para discutir lo de mi ropa. Dorianna abrió los ojos demasiado sorprendida cuando escuchó mis peticiones con respecto al dichoso atuendo. Al poco tiempo de conocernos tomamos la suficiente confianza como para que me terminara gritándome sobre que se negaba rotundamente a hacer algo poco convencional.

Tras la explicación más ñoña y machista que he escuchado del porqué las mujeres utilizan vestido que resalten su delicada femineidad, llegamos a la conclusión de que me confeccionaría un conjunto que según ella era para lesbianas.

Rodé los ojos divertida, olvidándome por un momento de mi situación. Solo necesitaba paciencia para salir de aquí ya que la preocupación no estaba después de preguntar si había venido con alguien más o había visto una chica con el cabello rubio, ojos marrones y soberbia.

Mi curiosidad se amplió cuando empezó a explicarme más sobre esta cosa en donde desperté. Al parecer estoy en Crisantemo, uno de los reinos más grandes y pacíficos, gobernado desde hace 40 años por Galeck, el enigmático hombre con corona de hace poco.

Me comentó que desde la muerte de su esposa hace trece años decidió encerrarse en su luto sin dejar a un lado sus responsabilidades con el pueblo, gobernando con justicia y benevolencia; poseyendo una muy buena relación con los reinos vecinos.

El tema sobre si habrá otros reinos me abre la curiosidad provocando un cosquilleo extrañamente agradable en el estómago. Mi mente divagaba a pesar de la entretenida charla que Dorianna me contaba sobre su vida.

Sus labios dibujan una sonrisa cuando habla del hijo del rey, Lyssandro. Al escucharla hablar muchos pensarían en historias como Cenicienta o Mujer bonita, con la típica protagonista pobre que se enamora de un millonario. Yo la consideraría más como la ingenua chica que no se da cuenta que el repulsivo príncipe la utiliza como un objeto sexual.

Reprimí los comentarios, se le ve tan ilusionada que no sería justo romper su burbuja así que intenté hacerla entrar en razón de forma amigable.

—Él siempre es muy atento conmigo.

— ¿Se queda contigo después de haberlo hecho?

—No, pero…

— ¿Se lo ha dicho a su padre?

—En eso estaba…

— ¿Te ha hablado de establecerse y tener un futuro juntos?

— ¡Sí! —por primera vez respondió con seguridad, la mire expectante—. Dijo que esperaría a que las cosas en el reino se resolvieran para que…

— ¡Él no hará nada porque para él no eres más que un rico hoyo! —exploté—. No solo eres hermosa, eres más que eso, eres talentosa, fuerte, pero sobretodo inteligente. ¡Eres mujer por amor al cielo! Hazte valer.

Pero siguió absorta en su realidad, negando la tóxica e inexistente relación con el príncipe. Si esto fuese la vida real y no un simple sueño, a personas como Lyssandro les vendría bien merecido una golpiza olímpica hasta quitarle el ego con el que pisotean a las mujeres.

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