5. BESOS CON SABOR A GLORIA.

Narra: Raquel.

Me coloco la ropa y peino mi cabello, haciéndole ondas a las puntas de manera rápida para llevarlo suelto. Me maquillo de forma no tan llamativa y me echo perfume.

Me observo en el espejo de cuerpo completo y, a decir verdad, para arreglarme de manera rápida quedé estupenda.

Salgo de la habitación y bajo a la planta baja, donde me espera Erick quien luce un traje negro echo a la medida con una corbata azul marino y camisa de botones blanca. Y he de admitir que no se ve nada mal.

Como si supiera que estoy ahí, él alzó la mirada hacia mí y a medida que me acerco a él, su mirada verdosa viajó por todo mi cuerpo hasta clavar sus ojos en los míos.

— ¿Estás lista? —pregunta.

— Sí —asiento, mi expresión seria.

—Vámonos.

Camina a la puerta de la casa y camino detrás de él.

Salimos y su camioneta está frente a la casa, bajamos los pequeños escalones de la entrada antes de subirnos al coche y él mismo comenzó a manejar.

Durante el camino ninguno pronunció ni una sola palabra, y el auto se fundió en un horrible e incómodo silencio en donde sólo se escucha los ruidos externos de la autopista.

Yo mantengo mi vista en la ventanilla mirando todo lo que pasa a medida que avanzamos; personas, postes, autos, casas... Y él mantiene su mirada fija en la autopista sin molestarse en hablar.

De manera inesperada siento esa misma sensación de nerviosismo que sentí ayer durante la cena al mismo tiempo que mis músculos se tensan, desvío la mirada a mi rodilla donde yace su mano, siento que un escalofrío recorre todo mi cuerpo al sentir el calor que emana su piel.

Muevo la pierna, colocándola una encima de la otra y él alejó su mano riendo por lo mano mientras continuó manejando como si nada.

Erick detiene el automóvil frente a un restaurante, se baja de primero, rodea el automóvil y me abre la puerta para que baje y eso hago mientras observo el lugar frente a mí.

Un fino y hermoso restaurante que sólo es visitado por personas con mucho dinero quienes son los únicos que podrían permitirse cenar en un lugar así.

Veo que Erick le lanza las llaves del automóvil al chico del Vallet Parking del restaurante no sin antes advertirle que tuviera cuidado, y entramos.

— ¿Tienen alguna reservación? —pregunta una rubia vestida de forma elegante.

— Sí —asintió el ojiverde. — Erick Collins.

La chica busca el nombre en la lista que tiene, y levanta la mirada sonriendo.

— Oh, por supuesto —dice sonriente. — Pasen, su mesa ya está lista.

Adentro el lugar está repleto de personas vestidas con trajes elegantes en sus respectivas mesas con sus acompañantes comiendo y charlando. Erick avanza a unas escaleras que dan a un segundo piso del restaurante y lo sigo. 

«Área privada» Dice en un cartel iluminado al final de las escaleras.

El guardia nos abre paso cuando ve a Erick y avanzamos a una mesa que está en un esquina alejada del resto en la cual tenemos vista de todo el lugar, incluso de las personas que comen abajo.

— ¿Qué desean ordenar? —dice un chico poco después.

— Vino blanco y la especialidad de la casa —responde Erick sin siquiera mirar el menú que el chico le ofreció.

— ¿Y usted? —me mira, sonriente.

Entreabro mis labios para responder, cosa que no hago porque el ojiverde se adelanta y lo hace por mí.

— También quiere lo mismo —dice, tajante.

— ¿Segura? —me pregunta el chico. 

Sin disimular si quiera me sonríe de manera coqueta y me guiña un ojo cuando lo miro.

— La verdad... 

— Te pagan para trabajar, no para cuestionar que pedirán o que no los clientes —espeta, grosero—. Así que lárgate y trae lo que digo.

— Sí, disculpe, con permiso.

Una vez el chico nos deja solos, miro al hombre frente a mí ceñuda.

— ¿Por qué lo has tratado así?

— ¿Y vas a preguntar por qué? —levantó una ceja, serio

— Eh, sí —digo con obviedad.

Erick resopló y rodó los ojos 

— Porque es un imbécil, un bueno para nada que envés de hacer su trabajo como es, intenta ligar con sus clientas.

¿Está celoso? 

Por supuesto que no.

— ¿Y qué con eso? —enarco una ceja—. No es como si me estuviera faltando el respeto porque déjame decir que si quiere hacerlo, es libre si así desea. Estoy soltera después de todo —me encojo de hombros.

— Estás tan equivocada, cariño —negó con la cabeza, sonriendo.

— No me digas cariño, detesto que tú lo hagas.

— ¿Y si quiero seguir diciéndote así, cariño?

— Imbécil —murmuró, rodando los ojos.

— Pero qué brava me has salido —se burló.

¡El muy pendejo se burló de mí!

Estrecho mis ojos en él con clara molestia —creo que sí las miradas matarán él ya estaría tres metros bajo tierra— y me levanto de mi asiento, ganandome un ceño fruncido de su parte.

— ¿Sabes qué? —pongo ambas manos sobre la mesa y me inclino hacia adelante—. Yo mejor me largo, cenaras tú solo por imbécil.

Comienzo a caminar a paso veloz hacia la salida sin darle ni siquiera la oportunidad de decir algo. 

Miro sobre mi hombro y lo veo caminando detrás de mí, por su semblante sé que se enojó por lo que apresuro mis pasos mientras escucho su voz en un tono alto —no tan alto— exigiéndome que me detenga, pero sólo lo ignoro.

Llego al comienzo de las escaleras para bajar a la planta de abajo, y es cuando siento su mano alrededor de mi brazo y de un halon me dió la vuelta. 

— Tú no irás a ningún lado —demandó, molesto—. ¿Que te ocurre?

— Que no seguiré aquí viendo cómo te burlas de mí, mucho menos viendo cómo tratas a todos mal sólo porque según tú intentan ligar conmigo —dibujo comillas en el aire al pronunciar: intentan—. cosa que pueden hacer libremente porque ese no es tu problema.

— Escúchame con atención Raquel — apretó su agarre en mi brazo—. Desde que tú padre accedió a entregarte a mi para pagar sus deudas, desde ese instante tu me perteneces y si alguien te coqueta o si sólo se atreve a mirarte pagará las consecuencias porque con lo mío nadie se mete.

— ¿Con lo tuyo? —repito, conteniendo mis ganas de reír—. No me hagas reír, por favor. Yo no le pertenezco a nadie, mucho menos a ti. Si quiero estar con alguien, pues me buscaré a alguien y tú no me lo vas a impedir, así de fácil.

— Veo que contigo tampoco me equivoqué —comenta de repente—. Con tu carita de que no rompes ni un sólo plato eres como cualquier otra, eres una... 

No terminó de decir aquello cuando impacto mi mano libre contra su mejilla con una fuerza impropia de mí.

No le voy permitir que me ofenda de tal manera, ni a él ni a nadie.

Producto a bofetada que le dí soltó mi brazo y llevo su mano a su mejilla la cual se volvió roja, y me miró todavía más molesto.

— ¡Perra desgraciada! —elevó la voz, echo una furia. Ganandonos las miradas de las pocas personas que están con nosotros arriba—. Jamás, escúchame bien, ¡Jamás! —sin ningún tipo de delicadeza tomo mi mandíbula, enterrando sus dedos en mi piel y me obligó a mirarlo—. Vuelvas a pegarme o...

— ¿O qué?

Alzo el mentón, sin apartar mi mirada de la suya. Si lo que quiere es que me muestre débil ante él, no lo conseguirá.

— Nos vamos a la casa —demanda, halandome bruscamente del brazo me terminó de sacar del restaurante.

Algunos clientes de abajo nos miraron raro, a Erick desde luego no le importó y siguió como si nada ocurriera. 

Afuera Erick le pidió su coche al chico del Vallet Parking y este se lo trajo devuelta en menos de tres minutos, así que nos subimos sin más para irnos. En el transcurso del camino estuvimos sumergidos en un silencio sepulcral que no me atrevo a romper, de reojo puedo verlo apretar con tanta fuerza el volante que sus nudillos están blancos y su cuerpo está tenso de pies a cabeza.

En cuanto detuvo el coche frente a su enorme casa, el ojiverde se bajó cerrando la puerta con más fuerza de la necesaria, evidenciando que todavía sigue molesto.

Trago saliva cuando abre mi puerta porque aunque intento no demostrarle nada, debo admitir su actitud me causa un poco de miedo.

— Bájate —ordena.

Obedezco, no quiero más problemas con este mastodonte.

El cierra la puerta de manera brusca, haciendo sobresaltar como un conejillo asustado ante el más mínimo ruido.

Él se adelanta y entra primero a la casa, yo duro un par de segundos afuera debatiendo conmigo misma si debo entrar o mejor me quedo acá afuera.

¡Corre! Huye mientras puedas.

Un suspiro se escapa de mis labios. No, si me quedo acá o voy a otra parte será peor. Así que haciendo caso omiso a mi consciencia saco la poca valentía que tengo y entro a la casa.

En el living lo veo, está de espaldas hacia mí sirviéndose un trago de Whisky en el mini bar que tiene en la esquina, ha dejado la formalidad y se ha quitado el saco el cual está sobre un sofá junto con la corbata, sólo se ha dejado su camisa y ha doblado las mangas por encima de sus codos.

Como si notará mi presencia el castaño se giró en mi dirección, clavando sus ojos verdosos en los míos. Y la rabia que transmitían los suyos momento atrás ha mermado al menos un poco.

— Hasta que te dignas en entrar.

No respondo, permanezco inmóvil en mi lugar sin dejar de hacer contacto visual con él.

De un sólo golpe se bebió el líquido restante en su vaso de cristal y lo dejó sobre la barra.

— Vamos —señaló con la cabeza las escaleras.

Al ver que no me muevo, soltó un suspiro en busca de paciencia y caminó hacia mí con grandes zancadas.

— He dicho que vamos.

Colocó una vez más su mano alrededor de mi brazo sin ningún tipo de cuidado o delicadeza para después llevarme a las escaleras.

En el segundo piso caminamos por el pasillo y entró conmigo a su habitación mientras yo me quejo por el maltrato que me hace al sostenerme con esa fuerza. De seguro me quedarán las marcas en los brazos por sus agarrones.

Pero esperen...

¿Me trajo a su habitación? ¿Este imbécil que pretende? 

En cuanto él cerró la puerta detrás de nosotros, con un ágil movimiento me suelto de su agarre. 

— ¡Ni pienses que me acostaré contigo!

Él sonrió con arrogancia.

—Si te traje conmigo, no fue para tenerte de adorno.

—Me importa una m****a —espeto, furiosa—. Si quieres acostarte con alguien, entonces búscate a una zorra.

—Ya te busqué a ti —responde con simpleza—. ¿Y sabes qué? —dió unos cuantos pasos hacia mí, retrocedo y chocó con una pared, ahí aprovechó para acorralarme entre su  cuerpo y la  pared—. Ya hemos hablado mucho.

— No, aléjate de mí —digo poniendo mis manos contra su pecho e intente alejarlo de mí, pero él coloco sus manos sobre las mías y las apretó un poco—. ¡Suéltame!

Erick hundió su cabeza en mi cuello, y murmuró cerca de mi oreja un shh.

— Sólo déjate llevar —besando el lóbulo de mi oreja, susurro. 

Dió un paso adelante reduciendo el espacio entre nosotros, aún sosteniendo mis manos en su pecho. Rozó su nariz con la mía, un escalofrío me recorrió por toda mi espalda erizándome la piel. Me miró a los ojos y, sin previo aviso, posó sus labios sobre los míos.

Y quisiera decir que me resistí, que lo empujé lejos de mí en cuanto me beso, pero la verdad es otra. 

Sus labios son tan suaves y carnosos, imposible de resistirse a ellos. 

El beso primero comenzó con movimientos lentos, segundos después, su lengua abrió paso en mi boca para profundizar el beso y subirlo de intensidad.

Cuando estuvo seguro que no me separaría, Erick soltó mis manos y llevo las suyas a mi cintura para pegarme lo más posible a su cuerpo.

Y haciéndole casos a sus palabras, me dejo llevar por el momento, por sus caricias y por sus exquisitos besos, que me saben a gloria.

<3<3<3<3

Despierto por la pálida luz del sol que se asoma a través de las cortinas blancas de la habitación de Erick. Anoche, después de salir del baño, quise irme a mí habitación, pero el ojiverde no me lo permitió así que dormí con él.

Suspiro e intento levantarme, pero la mano de Erick que, en ese momento, rodeo mi cintura me lo impidió.

— No te vayas —murmuró acercándome a su cuerpo, puedo sentir su miembro contra mi trasero.

Y recordé que anoche dormimos completamente desnudos después de hacerlo dos veces más.

— Quédate —pide, está vez cerca de mí odio.

— Erick acaba de amanecer, tengo que ir a cambiarme —me giro en la cama para verlo, él tiene sus ojos cerrados, su respiración es suave. — ¿Erick? — arqueo una ceja mirándolo.

No me respondió.

¡Por supuesto! 

Esta dormido todavía.

Con mucho cuidado quito su mando de mi cintura, y me levanto de la cama. Veo como se movió, su mano buscándome en la cama, pero no despertó.

Suspiro, y busco mi ropa con la mirada hasta que la encuentro tirada en una esquina de la habitación.

Me la coloco rápidamente y, antes de salir, me permito observar a Erick quien sigue durmiendo arropado con una sabana blanca que sólo cubre desde sus pies hasta su cintura.

«Se ve tan hermoso así dormido». Pienso, y la comisura izquierda de mis labios se eleva un poco mientras lo observo.

Sacudo mi cabeza, alejando aquel pensamiento estúpido y salgo de la habitación para ir a la mía. En cuanto entro enciendo la luz y saco de mi armario un blue jeans, una camisa de tiras amarilla y unos zapatos blancos.

Después voy al cuarto de baño, cepillo mis dientes, hago mis necesidades y me doy una corta ducha. En cuanto acabo, seco mi cuerpo y salgo a mí habitación con la toalla enrollada a mí cuerpo desnudo, me visto rápido, recogo mi cabello en una coleta alta y, como estoy hambrienta, bajo al comedor.

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