Después del último mensaje de mi jefe, ya estaba furiosa. Si cree que me voy a quedar en un rincón, temiéndole, está muy equivocado. Nunca había reaccionado así ante un hombre. Nunca he sido tan atrevida, siempre he sido contenida, nunca me he comportado de forma libertina ni impulsada por impulsos sexuales ni nada por el estilo, pero no sé cómo este hombre logra despertar la zorra que llevo dentro. Simplemente no puedo controlarme.

Salté de la cama y abrí el armario. Cogí un vestido negro que, a pesar de parecer elegante y apropiado para la oficina, me hacía ver muy sexy. Era muy ajustado, me llegaba a medio muslo y tenía un escote en V que dejaba entrever mi escote sin ser vulgar. Elegí unos tacones rojos, un conjunto de lencería negra con braguitas diminutas para que no se notara el vestido y decidí llevar el pelo suelto. No fue una decisión muy profesional, pero era aceptable y no me importaba. Iba a amargarle el día y se arrepentiría de ser graciosa. Iba a la guerra.

Tuve que mad