4 CAPÍTULO 8 (2)

—¡Estamos aquí Denali! —grité—. Saca los documentos.

Estaba tenso, estaba cargando con tanto últimamente, que temía explotar mi ira con un inocente.

— ¿Dónde estabas? —quiso saber. Tenia una sonrisa de oreja a oreja. La victoria iluminaba su rostro—. ¿Quién es este señor?

—Es el juez que nos casará —expliqué, agarrando el documento y firmándolo—. Ahora firma Denali.

— ¿Q-Qué? no entiendo —Miró sucesivamente al juez y a mi varias veces. Su pequeño cerebro aun no procesaba la información—. ¿Nos casaremos así?, ¿los preparativos?, ¿la boda?, ¿la celebración?, ¿nuestras familias?

—Firma Denali —mascullé, agarrando su mano y poniendo el lapicero en ella—. Tienes treinta segundos para firmar.

Asintió rápidamente y así lo hizo.

—Celebraremos nuet… —alcé mi mano, no queriendo escucharla más.

—El testigo será él mismo —señalé al hombre—. Ahora eres mi esposa Denali, para mañana quiero que mi apellido quede limpio —estreché la mano con el juez, despidiéndome.

En cuanto estuve de vuelta
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