Emilio Cartagena, un chico de barrio, vive sus días en medio del dolor que le dejó un amor pasado. Cuando una compañera suya, Julieta Ortiz, aparece por coincidencia en su vida, volteándole el mundo, quedará cautivado ante sus ojos color chocolate, su cabello , sus labio duraznos y la belleza de su alma. Juntos, tendrán que luchar por un amor naciente y caótico, que de ser nada, se convierte en todo para ellos.
Ler maisAl amar a alguien, encuentras un horizonte. Al amar a alguien, encuentras algo que te impulsa a seguir adelante, aun sí estas equivocado, aun si has fallado antes. Al amar a alguien, lo bueno se convierte en mejor, el gris en color, la labia en verdad.
Esa mañana, una vez más, despertó con el corazón afligido.
Los dorados rayos del sol se filtraron por entre los resquicios de la cortina, arrojando su cálida luz sobre su rostro. Una solitaria lágrima tuvo la osadía de salir de entre su ojo derecho, recorrer su mejilla y mojar la almohada. De nuevo soñó con ella y el recuerdo de su femenina presencia no hizo sino amargarle la mañana. Se limpió con furia el rostro. El olor de café recién preparado llamó su atención. Era sábado.
Al salir de su habitación, se arrastró hacia el espejo de la sala. Sus ojos rojizos le devolvieron la mirada, por lo que se encaminó al baño a lavarse el rostro. Cuando salió, apenas y se sintió mejor. El agua, tan vital para otros, tan mundana para él, no hizo sino hacer más claros sus amargos pensamientos. ¿Qué podía hacer ahora? ¿Caminar hacia la cocina, sonreírle a su madre, y fingir que se sentía bien? No. La hipocresía nunca fue uno de sus defectos.
Volvió a su habitación, cerró la puerta colocando con fuerza el seguro y se arrojó a la cama. Su celular vibró en ese momento, arrancando una punzada de su corazón, una leve esperanza, un sueño casi perdido. A pesar de saber que no era ella, igualmente se sintió desilusionado cuando solo encontró un mensaje de uno de sus amigos.
“Vmos a tomr”. Rezaba el texto, escueto, como una invitación, como un posible desahogo, como una solución para sus problemas.
Cuando bloqueo el celular, después de aceptar con un simple “a las 2 en el parque”, el fondo de pantalla con los catorce corazones le tomó por sorpresa. Seguía ahí, sin que la voluntad, o acaso la fuerza de carácter fuesen suficientes en su corazón para borrarlo ya, para arrancar ese recuerdo y forzarlo al olvido. Después de todo, era una de las últimas cosas que le quedaban de ella, uno de los últimos resquicios de alegría. Atormentado, cerró los ojos y dejó el aparato sobre la almohada.
¿Qué haría ahora? ¿Qué podía hacer al sentirse tan triste, tan alejado del mundo, tan alejado de la alegría y de la luz, del color de las cosas?
<<Seguir adelante>>. Se dijo a sí mismo. Y lo haría, por supuesto que sí. Su vida de ningún modo estaba acabada, su mente y su corazón encontrarían el camino para dejar atrás la traición y encontrar la paz; lo lograrían, algún día, lo sabía muy bien. Pero por supuesto ese sábado, a esa hora y en ese instante, no era el momento.
Su madre golpeó la puerta, ordenándole que salga. Su llamado no tuvo respuesta. Resignada después de algunos minutos, la mujer se retiró, preocupada por su hijo mayor. Dentro de la habitación, el muchacho contemplaba la pared como si se le fuese la vida en ello. Al voltear y volcar su mirada sobre su escritorio, sus ojos encontraron el último regalo que ella le dio.
“Te amo”, rezaba el pequeño letrero que acompañaba la caja donde alguna vez unos chocolates Nestlé, los más baratos, descansaron. Mismos chocolates que ella le regalo a él, su amante, la noche que forjó su traición.
<<Su amante>>. La palabra le parecía demasiado fuerte. ¿Pero que más podía ser él? ¿Acaso existía otro término para nombrar a un innombrable? Los viejos dirían que estaba exagerando un amor de juventud, pero ellos, con sus corazones arrugados y sentimientos marchitos, no entenderían lo que él sentía. — ¡Quién es el mundo para juzgarme! —Gritó para sus adentros—. ¡Quién eras tú para traicionarme! —Musitó, en la soledad de su habitación.
No pudo más. Las lágrimas cayeron, cálidas, sobre sus brazos. El sentimiento le llevó a pronunciar el nombre de su victimaria, de su atacante, de la que alguna vez llamó su gran amor, rogando porque vuelva, rogando porque él la quería, y ella, como quién desprecia algo insignificante, le olvidaba. Sufrió, se abrazó, se revolcó, patético, en su cama. Nada sirvió. Como un estúpido, lloró por quién no lo merecía.
El atardecer, frío y cruel, caía sobre el barrio de los pinos.
Una densa neblina le encontró a esa hora sentado en las gradas de cemento de un parque, sirviéndose un vaso de puntas. A su lado, su amigo le ofreció un brindis por los malos amores, que aceptó con avidez. Bebió, volvió a beber, compró más licor y lo ingirió como un enfermo ingiere paracetamol creyendo que va a mejorar, sin saber que solo está paleando el dolor.
Cuando la noche cayó, miles de luces se recortaban en el horizonte oscuro del cielo de Quito. Grises nubes anunciaban lluvia, gris neblina caía sobre los desprevenidos. En medio de la calle, con las farolas de los postes formando extrañas sombras sobre sus cuerpos, dos muchachos ebrios caminaban en dirección a ningún lugar.
Uno de ellos, en medio de la confusión de su mente, maldijo por centésima vez a la mujer que tanto daño le hizo, reconociendo por fin, que él también le traicionó.
Porqué en la noche, negra, larga,Sigo pensando en ti,Porqué en el día, brillante, corto, vívido,Sigo y sigo pensando en ti.Será por tu sonrisa linda,O por esos profundos ojazos,Tal vez tu risa, bálsamo para mis oídos,O por como hablas conmigo, en esos ratos largos.Y así sigo pensando en ti,En cada rincón tu recuerdo está presente,Cada espacio, lleno de tu presencia femenina,Y enamorada, soñando, febril toda mi mente.Y en estos pensamientos, una única conclusión,Querer, desear, tú alma y tu ser,Para juntos caminar, de la mano solos tú y yo,Por esa senda, ese camino, que todos llaman noviazgo,Y yo solo le digo amor…
Cuando se encontraron, Emilio no resistió las ganas de abrazarle con sus brazos duertes rodeando su cuerpo femenino en un afán más que de protección, de búsqueda, de anhelo, de ganas de sentirle cerca suyo y eliminar cualquier miedo que hubiera tenido. Sin pensarlo la estrecho contra sí, lo hizo y Julieta, tomada por sorpresa, le rodeó también con sus brazos. Durante los segundos que duró el abrazo, el mundo se redujo a ellos dos, sintiéndose seguros y tranquilos con sus cercanía y el cariño enorme que se demostraron con un sencillo gesto. Así hubieran podido seguir durante horas, pero la incomodidad de estar en público y el temor a caer en la cursilería más dulces les hizo separarse después de algunos segundos, recobrando la compotura y el buen porte.—Hola, poeta —saludó ella con ojos brillantes, ojos que encerraban mil secretos que Emilio tenía que descubrir todavía—. Te tardaste.—El bus, mi vida, —Emilio no perdió tiempo para explicarse— ya sabes como es esa nota, más lo que se d
“Había una vez” escribió en su cuaderno, ansioso de que los demás terminasen el examen final. Miró de reojo como Julieta llenaba los espacios en blanco y después de revisar lo que había hecho una última vez, entregó la prueba y se retiró a su asiento. Ese día la chica vestía un saco gris claro y un jean azul oscuro, que para variar le resultaron atractivos. Él en su lugar vestía un jean negro y una chompa del mismo color. Nunca variaba su vestimenta, siempre en los rangos entre oscuro y más oscuro. En eso también contrastaba con la chica.Una mirada cruzaron cuando ella levantó el rostro. El segundo que duró fue casi una eternidad y estaba tan cargada de significado que una vez más, Emilio tuvo ganas de que todo terminase. Después del dichoso examen y de que las notas se diesen a los estudiantes, la clase de la profesora Rocío y la aventura allá en el norte terminaría. La aventura que comenzó con Marco en el sur y con Julieta robándole la mirada, eclipsaría finalmente.Sintió un ramal
“En el mar, la vida es más sabrosa”. Así rezaba el viejo y popular dicho.Julieta hubiera considerado esto también, pero para su pesar, no conocía ni la playa, ni el mar, ni la inmensa masa de agua que a todos tanto les gustaba. Algún día, se repitió. Por el momento y por lo que a ella le concernía, la vida era más sabrosa en el campo, el extenso y tranquilo campo, hogar de sus abuelos y dueño de una paz que tranquilizaba su corazón.Perezosa, estiró los brazos y miró hacia el horizonte, un eterno y verde horizonte. El cielo era azul claro, y los campos de hierba se extendían por montes y laderas que existían desde los albores del tiempo. Las pocas casas tenían un estilo antiguo característico de esos lares, una sencillez que resultaba compleja y una belleza contrastante con las casas de la ciudad. Caminos de tierra con plantas y arbustos conectaban los lugares y las laderas hacían que el terreno resultase abrupto y accidentado. Los cultivos crecían en la tierra, y el ganado pastaba l
En los seis meses me hallo a mí mismo,Habiendo comenzado una innombrable locura…Me embelese con tus ojitos que miran y encuentran, Enamorándome poco a poco de tu alma tan pura.>, pensó, pasando sus dedos por el teclado usado, mientras con la vista repasaba cada una de las palabras. Rimaba, le gustaba, y le pareció adecuado para lo que tenía en mente. Estiró las piernas, los brazos, movió la cabeza para activar los músculos y aspiró el aroma cautivante del café hirviendo, proveniente desde una taza colocada en su mesa, sonre un pequeño plato. Cuando tragó el caliente brebaje disfrutó del calor que le transfería la porcelana y se alegró de poder disfrutar de un manjar como el café, escribiendo unos cuantos y con el ruido de la lluvia fuera de su casa. Llovía a cántaros, por lo que la música romántica que había puesto para amenizar la tarde apenas y se dejaba escuchar por sobre el agua golpeando el tejado.Dejando la taza, se concentró en los siguientes
Desde hace días estoy febril,Y mis ideas navegan en un mar extraño,Dejo que mi pecho se llene de pena y soledad,Dejo que mi corazón se haga más y más daño.El vaso de licor rodó por entre todos los presentes.Era un día viernes, de una semana fría, de un año extraño, de una vida única. Los muchachos que compartían las “puntas” reían y contaban historias de lo que fue y no pudo ser, de otros tiempos y otras personas, de lugares a los que fueron y a los que quisieran ir. La mayoría se conocía desde niños, cuando los borrachos les daban miedo, y continuaban siendo amigos ahora en la flor de la juventud, cuando los borrachos se convirtieron en ellos. Allí, en el barrio de los pinos, donde se veía todo Quito y el Valle de los Chillos, Emilio Cartagena era uno de los que bebían.Tras dejar el vaso en la mesa, revisó el celular por centésima vez y como esperaba, encontró vacía la bandeja de notificaciones. No le importaba sin embargo que nadie le escribiese ni que nadie estuviese pendient
Último capítulo