Cap 3

Fuimos por un par de cervezas a La biblioteca. Un bar que quedaba a unas cuadras de la casa. Era de noche, en seguida pedimos que pusieran algo de Pablo Milanés; sonaba la trova y tomábamos. Invitamos a Karibische a tomar con nosotros. Mientras tomábamos discutimos sobre filosofía latinoamericana. En la plática surgió El nicaragüense de Pablo Antonio Cuadra; mencionamos algo sobre la discriminación del Caribe y la identidad nicaragüense. Karibische comentó acerca la independencia de la Mosquitia y cómo hasta el presente los derechos de las regiones autónomas han sido cercenados por todos los gobiernos desde la instauración del Estado Nación en Nicaragua. El tema se volvió una polémica porque Argent decía que era imposible una independencia total de las regiones autónomas. Que tal gobierno sería una anarquía y que los pueblos indígenas no estaban listos para eso. Por mi parte, añadí que la independencia sería lo mejor para las regiones autónomas. Karibische se engulló la botella y frunció el ceño. “Algunos de mis familiares los asesinaron en la navidad roja” dijo.

            El mesero trajo más cervezas, continuamos toda la noche hasta que nos pusimos ebrios y le pregunté a Argent qué se tenía con Kunnian. Nos comentó que habían pasado toda la tarde juntos en el Parque Japonés, se besaron y le leyó el poema 1 de Veinte poemas y una canción desesperada de Neruda. Lo miré estupefacto y le dije que bajara esa intensidad. Yo para ese entonces no estaba interesado en ninguna chica en particular, por un momento tuve interés en Colline; Una amiga de Kunnian que estudiaba sociología, pero solo la había visto dos veces. La primera vez que la conocí fue en la biblioteca, yo estaba en una de las mesas rodeado de libros y ella se aproximó a tomar uno; ella leía El hombre que fue jueves de Chesterton. De inmediato empezamos a hablar. Vi en su pantalla de la laptop que tenía una nota que decía: leer Lolita. Le pregunté al respecto y dijo que quería leer Lolita de Nabokov; imaginé que le gustaba mucho la literatura y le pregunté si había leído a Salinger, contestó que ya lo había leído. Aquel día me ilusioné tanto con Colline que al lunes siguiente en clases le comenté a Kunnian; para mi sorpresa dijo que era su amiga y que podíamos salir un día. Entonces salimos y fuimos a ver 2001: odisea en el espacio. Sentí su mano acariciándome la pierna, y nos vimos fijamente. Luego de esa vez no la volví a ver; estaba ocupada haciendo encuestas. Compartimos números de celular pero nunca le escribí, pensaba que no estábamos al mismo nivel; ella andaba en auto y yo en bus. Me daba pena invitarla, entonces la olvidé y me concentré en la carrera, también en las formas de hacer dinero; ahora que sabía que podía jugar y apostar en el casino pensaba que cabría la posibilidad de invitarla a salir algún día.

            Terminamos de tomar y nos despedimos de Karibische, el tipo iba ebrio y lo acompañamos hasta su auto, caminamos hacia la casa; eran como las once de la noche. Al día siguiente íbamos al seminario de filosofía latinoamericana, toda la tarde pasé leyendo el capítulo 4 del libro de Leopoldo Zea: sacando notas y apuntando los términos y categorías, también terminé de hacer un resumen del mismo capítulo. Llegamos a la casa y pusimos algo de música en la laptop de Argent. 

            Mientras escuchaba música, sentí una poderosa sensación de ir al casino y ganar algo de dinero, supuse que tener más dinero me haría un mejor hombre, pensé que necesitábamos un televisor en la casa y comprar mi propia laptop. Poco a poco empecé a dejarme llevar por la idea de tener mucho dinero. Todo lo que podría comprar y tener si consiguiera más dinero, les restregaría en la cara a mis padres mi éxito. Abrí la gaveta de la mesita de noche y conté lo que tenía, había gastado en libros y ahora solo me quedaban sesenta dólares, la próxima semana debíamos pagar la renta y devolverle el préstamo al señor Geld. Las ansias de dinero se apoderaban de mí, me devoraba la idea de no solo tener lo suficiente para sobrevivir sino para gastarlo en lujos y asegurarme una vida más allá de lo digno. Empecé a detestar la idea de ser un obrero, bueno, no cualquier obrero porque con mi capital cultural podría lograr ciertas cosas como ser un profesor de filosofía. Guardé los billetes y me fui a dormir pensando que mañana mismo iría al casino a jugar un rato para recuperar lo que había gastado. En el mismo instante que iba a cerrar los ojos recibí la llamada de Kunnian; sonaba eufórica y me dijo que quería ir a tomar, le dije que estaba a punto de dormir, pero insistió y llegó a la casa a buscarme.

            Escuché el ruido del auto, Luego el cerrar de la puerta; Kunnian estaba afuera. “Apurate” dijo. Salí y nos fuimos directo a Bocanada, un bar por Los Robles. Mientras tomábamos le dije que debíamos ir al casino a jugar un rato, torció los ojos y fue al baño. “Está bien, vamos al casino” dijo al regresar. Nos levantamos y entramos al auto, llegamos al casino y de inmediato sentí que una energía eléctrica recorría mi cuerpo. Estaba endiosado.

            Entramos al casino, y fuimos a las máquinas; introduje veinte dólares y apreté los botones, pronto vi que tenía sesenta dólares. Mientras jugaba escuché los gritos de unos hombres en la sala de deportes, me levanté y fui a ver qué pasaba. La sala era la casa de apuestas deportivas, me senté en uno de los sillones y empecé a hablar con un tipo de aspecto hindú. Me dijo que se llamaba Paisa y mientras tomábamos me contó su historia. Había venido de la India a invertir en Nicaragua, abrió un restaurante pero fracasó por su adicción a las apuestas, ahora era un don nadie al servicio de un fuerte apostador que le pagaba por ayudarle en el juego, pronto le extraje más información y me explicó el funcionamiento de la casa de apuesta. Tenía que conseguir primero la membrecía y hacer un usuario en línea, de inmediato fui a la ventanilla donde me indicó y abrí una cuenta para mí, en ese momento me pregunté qué sabía de deportes; no sabía nada. Recuerdo a mi papá viendo las ligas mayores de béisbol y a mi hermano entusiasmado con el futbol, pero en cuanto a mí, al parecer no me atraían los deportes en absoluto. Paisa me explicó más o menos como funcionaba el sistema de apuestas, lo único que entendía era como funcionaba el parlay, que consistía en apostar por cuatro o más equipos y esperar que todos ganaran. Si uno de los equipos perdía, entonces no había ninguna ganancia, la apuesta podía ser hasta de un dólar y ganar cien, si es que los equipos ganaban. Como esperaba ganar más de cien dólares aposté diez, luego de apostar me senté en el sofá a esperar los resultados.

            Kunnian estaba al lado mío y no entendía nada de lo que había hecho, continuó tomando su cerveza, yo sentía la presión del juego; jugaban Boston, los Yankees, Dodgers y Chicago. De sorpresa todo iba bien, los equipos a los que había apostado ganaron y retiré doscientos dólares. Kunnian celebró conmigo tomando un trago de tequila y luego nos fuimos a la casa, me dejó y luego ella se retiró. Revisé el dinero que había ganado, en total tenía trescientos dólares; suficiente para la renta, cenas y más libros. Me acosté sonriente y dormí como un niño.

            Había jugado un parley a ganar, es decir, sin importar las anotaciones; fue de pura suerte, eso lo tenía claro, pero sin importar los resultados, ahora tenía abiertas más posibilidades de juego. La máquina tragamonedas eran un extra pero las apuestas deportivas me tenían absorto, pensaba cuánto dinero podía hacer apostando, aunque suene enfermo, de verdad confiaba en mis instintos, tenía muy seguro que me volvería un ludópata, pero uno muy bueno. Todo sonaba tan descabellado que me imaginaba ahí jugando, podía descarnarme y verme jugando sonriente y apretando los botones.

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