-Cariño, perdóname por llegar tarde- se disculpaba Vivian, mientras llegaba apresuradamente a la mesa del pequeño restaurante.
-Tú nunca llegas tarde- se quejó Johanna sonriendo.
-Pues, esta vez se escapó de mis manos- frunció el ceño un minuto, tomó asiento y sonrió cómo sólo lo hacía con su amiga.
-Me tomé el atrevimiento de ordenar por las dos, debe estar por llegar nuestro almuerzo.
-Me parece bien cariño- le sonrió de nuevo, un mesonero se acercó a ella- dos copas de vino tinto por favor.
-En un minuto señoritas- dicho aquello se marchó.
-¿Es perturbación lo que veo en tus ojos?
-No sé por qué diablos me conoces tan bien- suspiró cansada. Johanna, era la única persona en el mundo que disfrutaba de una Vivian dulce, cariñosa, amigable, relajada y sonriente. Su amiga era quien mejor le conocía.
-¡Creo que tendré que teñirme el cabello!- gimió c