XXIII.

—Hola, Vi —dijo Fred.

—¡¿Fred?! —exclamamos los demás habitantes del helicóptero.  

—¿Qué tal? —expresó nervioso, sin saber cómo reaccionar ante nuestro disgusto.

—¡¿Qué carajos haces aquí?!  ¡Te dije que no ibas a venir! «Maldición, Fred. ¡Sólo yo puedo ser terca!» —pensé enfadada. Mis mejillas ardían de la rabia.

—¿Y acaso llegaste a creer que te iba a obedecer? —preguntó retóricamente—. No pienso dejarte ir sin mí. Prometí luchar a tu lado hasta el final y aquí estoy.

—¿Qué pasará con Eduard, Fred? —pregunté enfadada—: ¿Acaso crees que estará bien al saber que su pareja fue a una misión suicida a Oslo?

—¡Arthur es

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