Hasta que el contrato nos separe
Hasta que el contrato nos separe
Por: Josbla Paz
Pidiendo la mano de una desconocida

—Cásate conmigo — dijo él con naturalidad y una enorme sonrisa pintada en su rostro.

Me quedé perpleja, realmente no sabía si reír o solo retirarme haciendo caso omiso a su comentario. Tenía que admitir que era un jóven bastante apuesto, su cabello rubio me hacía pensar que era extranjero (eso y su extraño acento) sus ojos color ámbar realmente eran bastantes seductores, sobretodo por esos toques verdosos que se encontraban en los bordes, vestía una camisa de color blanco, un pantalón caqui y el cabello un poco despeinado, sí, seguramente era un turista, hay muchos como él por aquí, todos parecen empacar exactamente el mismo atuendo antes de venir.

—Aquí está su desayuno, espero que lo disfrute — contesté omitiendo su comentario, pensé que sería lo mejor.

Mi trabajo acá en “El Corazón Contento” es solo ese: llevar los pedidos a las personas. Y aunque me había topado con muchas personas raras, él era por mucho el más extraño de todos.

—¿Aceptas mi propuesta? — cuestionó confundido antes de que yo me retirara.

—Uno no anda por la vida pidiéndole a cualquier persona que se case con uno — respondí contagiada por su amplia sonrisa.

Había algo en él que lo hacía ver tan vivo, tan feliz, tan pleno. Quizás porque probablemente estaba aquí de vacaciones, pero ese brillo que lo rodeaba me tenía encantada, así deben verse todas las personas que no tienen que pensar en que necesitan trabajar turnos extras para poder comer al día siguiente.

—Tú no eres cualquier persona — contestó él con confianza.

—No lo sabes, ni siquiera me conoces — respondí como si fuese algo obvio, riéndome de la situación en la que inesperadamente me estaba viendo involucrada — además necesito continuar con mi trabajo, me van a regañar — agregué.

—Por favor, Stella, ya sé tu nombre, también sé que trabajas en el corazón contento y sé que quiero casarme contigo — lo decía de manera casi irónica pero al mismo tiempo con una seriedad tan increíble que no pude evitar reírme — te pagaré todo lo que quieras, autos, casas, solo acepta mi propuesta, si quieres no lo veas como un acto de amor, sino como un contrato.

Él estaba loco, definitivamente lo estaba. ¿Qué clase de persona realmente cuerda diría algo cómo eso? tal vez era una broma pero incluso como broma era absurdo.

—El matrimonio no es más que eso, un tonto contrato — respondí de inmediato inclinándome un poco para poder mirarlo a los ojos — además te equivocaste de chica, a las que le pagas a cambio de estar contigo las consigues en la noche en el Boulevard de la calle 7 — añadí con confianza volviendo a enderezar mi espalda.

—Al menos escucha mis intenciones, mi propuesta, te prometo que si lo haces no vas a arrepentirte — él seguía insistiendo y en este punto ya se veía tan serio que decidí darle el beneficio de la duda y poner a prueba su paciencia.

—Salgo de aquí a las diez de la noche, son las nueve de la mañana, búscame al final del día o espérame si así deseas, entonces hablaré contigo pero no te prometo nada más — dije con total seguridad limpiando la mesa para no causar la molestia de mi jefa.

—Es todo lo que necesito — contestó mordiendo su sandwich de atún.

Volví a la cocina y una vez allí comencé a reírme como si no hubiese un mañana, no podía creer lo que acababa de pasar, realmente jamás pensé que me encontraría con alguien como él, aunque, quizás lo que le había dicho era una broma un poco cruel. Bueno, de todas maneras no importa, no es como si alguien realmente pudiese tomarse enserio algo así.

—¿Qué te sucede? — preguntó Alicia acercándose a mí, la dueña del restaurante y, por supuesto, mi jefa.

—El chico que está en la mesa que acabo de atender me pidió que me casara con él — dije tratando de calmar mi risa.

—¿El rubio? — cuestionó Alexandra acercándose hacia nosotras.

—Si, ese mismo — contesté de inmediato — camisa blanca, pantalón caqui y cabello despeinado.

—Suena a turista — dijo la señora Alicia riéndose un poco.

—Estoy casi segura de que lo es — respondí.

—Entonces dile que sí — intervino Alexandra entusiasmada.

—No creo que lo haya dicho enserio pero le dije que me recogiera cuando terminara de trabajar si realmente quería que lo escuchara — expuse en voz baja.

—Necesito verlo — comentó Alicia dirigiéndose a la puerta para tan solo asomarse un poco — ¿cuál es? No lo encuentro.

—El rubio que se encuentra en la última mesa — se acercó Alexandra de inmediato entre risas cómplices para asomarse junto a Alicia — es muy lindo — añadió.

Fui hasta donde ellas se encontraban para también mirarlo mejor y al asomarme él estaba tomando de su jugo mientras veía algo en su celular, repentinamente levantó la mirada de su teléfono y miró en dirección a nosotras para saludar con la mano y una sonrisa.

Nos quitamos de allí tan rápido como pudimos, Alexandra se quedó devolviendo el gesto pero la tomé de la mano y la dirigí hacia nosotras para no seguir quedando en vergüenza.

—Cásate — dijo Alexandra con total naturalidad, como si fuese la decisión más fácil de tomar en el mundo.

—No puedes pedirme que me case con un desconocido solo porque sí — contesté entre risas, sintiendo que todo el mundo estaba enloqueciendo el día de hoy.

—Cuando yo era jóven… — comenzó a relatar Alicia a un lado de nosotras.

—Por allá en los años en que se construyeron las pirámides — le continuó Alexandra en tono de broma.

—No estoy tan vieja como crees — se quejó Alicia de inmediato — si me interrumpes otra vez te arranco la peluca.

—No, por favor, no te alcanzaría la vida para pagarla, es cabello cien por ciento humano — replicó Alexandra abrazando su cabello.

—A ti tampoco te alcanza por eso trabajas aquí — intervine entre risas.

—Muy cierto — respondió la señora Alicia señalandome momentáneamente con su dedo —Pero bueno, mi punto es… — añadió comenzando a retomar lo que iba a decir antes — cuando era jóven, hombres de muchos países del exterior venían hasta acá solo para buscar esposa, les encantaban las chicas Latinoaméricanas; eran millonarios, empresarios, personas de mundo.

—Y ninguno te quiso llevar a ti — interrumpió Alexandra nuevamente.

—No, él se quedó aquí por mí — respondió Alicia con una sonrisa un poco triste — y murió aquí conmigo, aún lo sigo viendo en los hombres que llegan de tierras lejanas, con sus sonrisas amplias y sus ojos brillantes.

—Lo lamento — se apresuró Alexandra a decir abrazando a Alicia, de igual manera hice lo mismo, después de todo yo sí conocía la historia del restaurante.

Alicia era la mejor jefa que uno podía tener, nos trataba como si fuesemos sus amigas, era comprensiva y siempre estaba allí para nosotras.

Al llegar el medio día él seguía allí sentado en la mesa del fondo mirando su teléfono, tomando fotos al paisaje a través de la ventana, de a momentos sacaba sus audífonos y se ponía a escuchar música, al menos yo creía que hacía eso y cada cierto tiempo pedía algo ligero para comer.

Me acerqué a él para llevar su nuevo pedido, unas papas fritas y un jugo de naranja.

—Debes estar cansado — comenté mirándolo a los ojos — tan cansado que pediste una comida terrible, por favor, el jugo de naranja y las papas fritas no pegan ni porque los unas con chicle — agregué riéndome de mi propio mal chiste.

—Valdrá la pena — contestó él con gran seguridad, al mismo tiempo que le daba un sorbo a su jugo — y las papas fritas con jugo de naranja están muy sobrevaloradas — añadió para luego llevarse una papa a la boca.

—Podrías salir y mirar las maravillas de este país, te juro que no vas a arrepentirte, también hay muchas comidas extrañas allá afuera, justo como te gustan — expuse con una sonrisa, había pasado de ser una mesera a ser una guía turística.

—Ya las ví todas, la que más me impresionó la tengo en frente de mí — respondió con una mirada tonta.

—Está bien, haz lo que quieras — repliqué con una sonrisa antes de retirarme, dándome por vencida a la vista de que él no parecía querer dar su brazo a torcer.

A pesar de todo no creía que sus intenciones fuesen malas, había algo en él que me hacía sentir segura, no es lo más recomendable confiar en un extraño que se queda en tu trabajo esperándote todo el día a que salgas, pero quizás yo me estaba pasando de confiada o de alguna manera sentía que ya lo conocía, no quiero decir que realmente lo había visto, ni siquiera insinúo que hablé con él con anterioridad, es está sensación que te invade cuando apenas comienzas a conocer a alguien pero sientes que ha estado presente toda tu vida.

—¿Sigue allí? — cuestionó Alexandra cuando ya estaba comenzando a anochecer.

—Sí, no se ha movido de su lugar más que para ir al baño un par de veces — contestó Alicia por mí.

—Deja de hacer sufrir al pobre — se dirigió Alexandra hacia mí casi como una súplica.

—No es mi intención hacerlo sufrir, solo estoy cumpliendo con mi trabajo, tengo un horario y reglas que seguir, no puedo solo abandonar mi puesto porque un extraño me está esperando — expuse tratando de sonar gentil.

—¿Quieres ir con él? — preguntó Alicia detrás de mí mientras acomodaba algunos vasos.

—No lo sé — contesté con sinceridad — tengo miedo, también estoy un poco avergonzada, no creí que se quedaría allí tanto tiempo esperando por mí, le dije que me esperara o que me buscara como una broma, después de todo eran trece horas, ya han pasado diez y él sigue allí.

—Esa sonrisa en tu rostro te delata, vé con él, mi amor, pero mándame tu dirección en tiempo real, no quiero que te pase nada malo — contestó Alicia mirándome con cierta complicidad.

—¡Muchas gracias! — respondí dándole un fuerte abrazo — ¿estás segura de que no vas a necesitarme? — pregunté un poco apenada.

—No te preocupes, Alexandra es mejor trabajadora que tú, ella podrá con todo — contestó Alicia recostando su mano sobre la mesa.

—Déjamelo a mí — intervino Alexandra engrosando su voz, no había escuchado esa voz desde que hizo su cambio definitivo de Alexander a Alexandra.

Dejé mi delantal en su lugar, acomodé todo lo que debía acomodar y me dirigí a la mesa en donde él seguía esperándome.

—Ya salí — dije con una sonrisa un tanto nerviosa.

—Aún no son las diez, no quiero que tengas problemas por mi culpa — contestó él un tanto avergonzado, tanto como yo lo estaba.

—No te preocupes, Alexandra va a cubrirme — añadí mirando en dirección a Alexandra que nos estaba mirando desde la puerta y se apresuró a saludarnos de manera efusiva.

—Entonces supongo que está bien — contestó él levantándose de su asiento — ¿Nos vamos?

—Si.

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