La venganza de una contratada

Gerald me ayudó a llevar las maletas a la habitación y por nada del mundo acepté la oferta de volver a poner mi ropa en su armario. Nunca volvería a caer en eso y luego saldría con algún invento desagradable.

—¡No, no y no, definitivamente no! —Grité por esas escaleras en busca de un poco de agua.

Las conversaciones con Gerald siempre habían sido complicadas, pero desde un principio el tema de dejar mi ropa en su guardarropa fue un asunto más complicado.

—¡Oh vamos! Por favor Mili.

—¡No! Definitivamente no volveré a caer en la misma espiral.

—¿Entonces que quieres?

Me estrellé contra la puerta de la cocina causando que Gerald chocara contra mi espalda. Pero valió la pena en cuanto esa idea llegó a mi cerebro.

—Qué te parece… ¿Un armario propio?

—¡No puede ser, Mili! ¿Por qué un armario nuevo si el mío es bastante grande? Deja tu ropa en la mía y matamos dos pájaros de un tiro —respondió con las manos en la cintura y el ceño fruncido—. Es mejor dejarlo ahí en lugar de salir a u
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