Escena II

HORTENSIA:          Al fin se marchó… (Irónica) Se nota a kilómetros que está enamorado de ti.

ROSA:                       Hasta ahora ha sido muy respetuoso conmigo. Aunque nunca se niega a mis caprichos, por más superfluos o ridículos que estos sean. ¿De verdad crees que esté enamorado de mí?

HORTENSIA:          (Le da unas palmaditas en la mejilla) Eres tan ingenua, mi niña… ¡Por supuesto que está enamorado! ¡Ni siquiera tiene la vergüenza de disimular! (Mofándose) Siento pena por él. Al parecer ignora que está muy lejos de ser un partido que te convenga.

ROSA:                       (Molesta) Madre, ¿por qué siempre tienes que ser tan mezquina? Seguramente me dirás que no me conviene porque no es rico o heredero de una gran fortuna.

HORTENSIA:          No. Aunque no puedo negar que esas también son razones de peso.

ROSA:                       ¿Entonces? ¿Cuál motivo puede ser tan fuerte como para impedir, suponiendo que sea cierto que me ame, que estemos juntos?

HORTENSIA:          Ay, hija mía, es que al pobre no solo le bastó con nacer pobre… ¡Si no que también nació feo, terriblemente feo! ¡Parece una caricatura! (Preocupada) Mis desafortunados nietos no tendrían posibilidades en cuestiones amorosas. (Impetuosa) Rosa, ten siempre en consideración que la fealdad mancharía nuestro solemne apellido; no en vano somos “Los Flores”. ¡No quiero malas hierbas en mi jardín! (Absoluta) Si existe algo que no tolero en este mundo, además de la pobreza, es la fealdad. Estoy completamente convencida de que la decadencia que define a la sociedad en nuestros días, es producto de la proliferación de esos dos males. ¡Hay demasiada gente fea y pobre en este mundo! Esas dos enfermedades se han enquistado en todas las dinámicas de la sociedad, ¡hasta en el arte! Bien dicen que la misma es un reflejo de nuestro tiempo. ¡De allí que haya tanta porquería expuesta en vitrinas y canales de tv! ¡Es alarmante!

ROSA:                       Admito que el Señor Espinosa no es muy agraciado que digamos, pero eso a mí no me importa en lo absoluto. Son otras las cualidades las que me atraen de un hombre. Para mí el amor no debe estar condicionado por el dinero o por la clase social.

HORTENSIA:          (Respira profundamente) Hija mía, me pesa admitirlo, pero vives de cabeza entre lugares comunes. (Decepcionada) Sinceramente, no sé de quién heredaste esa extraña manía de ver a todos por igual. Seguramente fue de tu difunto padre Jacinto o de Mamá Petunia… Ellos y sus tontos ideales filantrópicos. Como si este mundo fuera a componerse con buenas intenciones. ¡Rosa, la igualdad es un concepto completamente absurdo, retorcido, yo diría que hasta morboso! Compréndelo de una vez por todas, hija mía… Pero, en fin, allá tú que sigues el ejemplo de dos fantasmas. (Transición) Por cierto, ¿no tienes hambre? Yo sí. ¡Y mucha! A ver si comiendo se me pasa el bochorno que me ocasionó el Señor Espinosa. (Aclara su garganta. Grita) ¡Márgara! (Entra Margarita, viene apresurada, tropieza con alguna de las sillas, cae al suelo, se levanta, se sacude, luego llega hasta donde se encuentra Hortensia, quien la estaba mirando con antipatía). Márgara, ¡ve a llamar a Narciso y a Geranio! ¡Ah! Los gemelos deben estar jugando en la terraza. Diles que dejen de lanzarle piedras a las ardillas y que vengan a cenar (Margarita asiente, luego sale de escena; no sin antes volver a tropezar con la misma silla, caer, levantarse, sacudirse y recibir la misma mirada de desprecio por parte de Hortensia). Rosa, espero te gusté lo que preparé para ti. Bueno, con un poco de ayuda de las sirvientas.

ROSA:                       Estoy segura de ello, madre. (Pausa breve. Se dedica a observar con ternura a Hortensia).

HORTENSIA:          ¿Por qué me miras así, hija…? (Preocupada) ¿Se me corrió el maquillaje? (Se mira en un espejo que saca de su bolsito de mano).

ROSA:                       Madre, siempre he pensado que tienes un gusto refinado para todo. Además, admiro tu carácter. Alguien como tú sería muy provechoso en la empresa. (Optimista) ¿No te gustaría trabajar para mí? ¡Anímate! Y por el dinero no te preocupes, ¡tendrás una cuenta libre para que compres lo que quieras!

HORTENSIA:          Hija, ¿tú me estás mandando a trabajar? Pero si el dinero es lo que menos nos hace falta.

ROSA:                       No me malinterpretes, madre. Te lo pido porque me preocupo por ti. ¿No te cansas de estar metida todo el día aquí en la mansión? Son tan escasas las ocasiones en que sales a la calle ¡Debe ser aburridísimo!

HORTENSIA:          (Fresca) Para nada, hija. Me gusta soñar entre estos corredores. Entre estas paredes y extensos corredores tengo todo lo que necesito. ¡No me imagino la vida lejos de esta mansión! Aquí delego, y me hago escuchar y obedecer. (Cínica) Allá afuera solo hay dolor, avaricia y mezquindad (Transición) Por otra parte, considero que el trabajo nos distrae de lo que realmente importa en esta vida: el placer. ¿Por qué crees tú que en la actualidad no existen hombres tan grandes como Sócrates o Davincci? La gente no sabe hacer otra cosa, sino trabajar, trabajar y trabajar. Entérate, Rosa: El ocio es indispensable para depurar el espíritu. Fíjate, tú vives metida de cabeza en la empresa, y, si no fuera porque ostentas nuestro excelso apellido, diría que eres la persona más corriente que conozco. Eso sin contar que te pierdes durante semanas en esos viajes sorpresivos, que no telefoneas, y que las contadas veces que estás aquí en casa, solo hablas de trabajo. Rosa, ten presente que la familia es lo más importante en esta vida. Figúrate que te enfermes o termines convaleciente en cama… ¿Quién crees tú que cuidará de ti? ¡Por supuesto que las enfermeras! Pero, ahí estaremos nosotros para pagar las cuentas.

ROSA:                       Bueno, no puedo negar que trabajo en exceso, pero es que, para mí, lo que realmente edifica el carácter es el trabajo. Dudo mucho que Sócrates o Leonardo Davincci hayan dedicado sus vidas al “ocio”. Esos hombres invertían su tiempo en instruirse y crear, así como lo hace mi hermano Geranio; aunque hasta no le haya servido para nada. (Transición) Vamos, acepta mi proposición.  

HORTENSIA:          (Tose para disimular el impacto) Tienes razón, Rosa… Pero… Bueno, yo… (Dramática) Ay, con gusto aceptaría, hija… Pero ya conoces lo inestable que es mi estado salud. ¡Siempre enfermo en el momento más inoportuno! ¿No recuerdas lo que sucedió la última vez que me decidí a trabajar? ¡Qué terrible resfriado! Pasé dos semanas en las que no pude levantarme de la cama. ¡Nada más de recordarlo me da una jaqueca espantosa! De hecho, ya siento unas extrañas palpitaciones en mis sienes. No te lo había comentado para no preocuparte, hija, pero esta semana no me he sentido muy bien que digamos.

ROSA:                       Madre, pero si hace un par de días vino tu doctor de cabecera. Y después de chequearte cinco veces, dijo que jamás había conocido a alguien tan sano en su vida.

HORTENSIA:          (Indignada) ¿Y tú le creíste? ¡Sinceramente! ¡Eres demasiado crédula, Rosa! A los doctores solo les interesa sacar provecho de los enfermos. Y algunos son tan roñosos y mezquinos, que hasta le hacen creer a sus pacientes que están sanos, solo para que estos agraven y luego tengan que pagar más por sus servicios. Todo en este mundo se comercializa, hija: hasta la muerte. (Absoluta) Ya lo tengo decidido, despediré a mi doctor la próxima vez que venga. Además, Rosa, no quiero causarte molestias en tu trabajo. Tú misma lo dijiste: alguien con un espíritu tan sensible y refinado como el mío, no encajaría en un sitio como ese.

ROSA:                       (Vencida) Al menos lo intenté… (Transición) Madre, ¿y no has pensado que soy mortal como cualquiera? ¿Y si por algún desafortunado golpe del destino me sucediera alguna una desgracia?, ¿qué harían ustedes para sobrevivir? Él dinero es un ave traicionera, si no lo domesticas, tarde o temprano escapará de tus manos. Solo piénsalo, sin alguien capaz a la cabeza de la empresa, esta pronto se iría a la ruina.

HORTENSIA:          (Ríe) ¡No digas tonterías, Rosa! Es imposible que algo así suceda. (Jactanciosa) Recuerda que consulto diariamente la Astrología y el Tarot: así mantengo monitoreadas nuestras vidas. Hija, si algo adverso fuese a ocurrirte, ten por seguro que yo lo sabría, por lo menos, con una semana de anticipación. El infortunio solo golpea a los desprevenidos.

ROSALÍA:                ¡Pero qué tonterías dices, madre! Predecir el fututo es virtualmente imposible. Uno mismo es quien construye su destino.

HORTENSIA:          Destino… Designio… Ambas… Ninguna… La vida es mera especulación. Supongo que cada quien escoge el estilo que más calce con sus intereses. Yo, por ejemplo, considero que es muy molesto andar a ciegas. Prefiero andar con los ojos bien abiertos y así tropezar a voluntad.

(Entran NARCISO Y MARTA. Ambos se detienen a admirar la decoración. En algún punto se dedican a hacerse mimos y caricias. Estos no advierten la presencia de Rosa y Hortensia).

ROSA:                       (Sorprendida, molesta) Madre, ¿qué hace esa mujer aquí? ¿No se supone que es una reunión familiar? No tengo buenas relaciones con mis vecinos; y tú tampoco. ¡Todos son tan odiosos! 

HORTENSIA:          Lo sé, Rosa, lo sé… Te confieso que esa mujercita tampoco no me agrada. Pero era necesario que viniera: las cartas lo anunciaron.

ROSA:                       ¿Vas a seguir con esa tontería del Tarot? Vivir es dejarse sorprender.

HORTENSIA:          Sí, pero resulta que yo siento inclinación por los spoilers. (Tajante) Y no son ningunas tonterías, Rosa. Hazme el favor de respetar mis creencias, aquí como yo respeto las tuyas. Tú crees en la bondad de la gente, en la igualdad, en el desinterés, y otras quimeras semejantes, y, aun así, no he considerado mandarte el psiquiátrico. Y para que veas que no miento, y que es más sensato creen en las estrellas que en los seres humanos, te contaré algo que seguramente te dejará con la boca abierta. (Habla en tono misterioso, las luces disminuyen un poco) Hoy, en la mañana, mientras me leía las cartas, los arcanos me advirtieron de una perversa confabulación en mi contra.

ROSA:                       (Preocupada) ¿En serio…? ¿Una confabulación…?

HORTENSIA:          (Emocionada) ¡Como lo oyes! Y, además, también me advirtieron otra cosa:

ROSA:                       (Vuelve a tragar grueso) ¿Qué cosa…?

HORTENSIA:          Es una mujer el artífice de dicha trampa. Una mujer que está muy cerca de mi entorno.

ROSA:                       (Se le quiebra la voz) ¿Una mujer…? Cerca de tu entorno…

HORTENSIA:          Pero tampoco te pongas así, hija. No es para tanto. Ni que fueras tú la confabuladora. (Las luces vuelven a la normalidad) Por eso invité a Marta a nuestra mesa. Todos en la ciudad hablan de ella, y según lo que he escuchado, es una persona detestable. Por otra parte, “casualmente” vive en la mansión contigua. ¡Las cartas nunca mienten, hija! Al mal hay que tenerlo cerca, vigilado. Así uno tiene la oportunidad de atacar a tiempo.

ROSA:                       Lo que me parece extraño en toro este cuento es cómo sabes todas esas cosas.

HORTENSIA:          Rosa, los chismes son más escandalosos que la sangre… Por esa razón también invite a esa mujer a esta casa… Gracias a su disposición para la tertulia ociosa y a su incontrolable manía por divulgar todo lo que escucha, me mantengo al tanto de lo que sucede en los alrededores. Su presencia esta noche garantizará que toda la alta sociedad se entere de esta inolvidable velada.

(Narciso advierte la presencia de las mujeres).

NARCISO:                ¡Madre, hermana! (A Marta) Espérame aquí. Me gustaría hablar con ellas antes de darles la buena noticia.

MARTA:                    (Con melodramático romanticismo) Está bien, Narciso mío. Si te tardas demasiado, puedo esperarte toda la vida.

(Marta se queda cerca de la entrada, detallando la decoración, el tamaño de la mesa y la distribución de los objetos en el espacio. Narciso se dirige hasta donde están Rosa y Hortensia).

NARCISO:                ¡Hermana! (La abraza) ¿Cómo estuvo tu día?

ROSA:                       Muy provechoso, hermano. Gracias por preguntar. ¿Y el tuyo?

NARCISO:                Bastante agitado, Rosa. Estuve toda la mañana revisando ofertas de trabajo. Por desgracia ninguna llenó mis expectativas. Lo que sí llamó mi atención fue la errada concepción que tienen las empresas para manejar sus contrataciones. El mercado laboral es muy competitivo… Todo el mundo exige estudios especializados.

ROSA:                       Y es que así debe ser, Narciso. Solo un tonto contrataría a un incapaz. Yo solo contrato a quien resguarde mis intereses. Y, por cierto, hablando de estudios especializados: ¿Cuándo comenzarás una carrera universitaria?

NARCISO:                (Ríe) ¿Estudios especializados? ¿Y cómo para qué me serviría? Me basta y me sobra conmigo mismo.

ROSA:                       ¿Cómo que para qué? ¡Para que te conviertas en un hombre de provecho! El tiempo te pasará factura si lo sigues desperdiciando, hermano. Haz algo útil con tu vida. Estoy segura de que alguna cualidad debes tener.

NARCISO:                (Indignado) Rosa, ¿y existe acaso una mejor cualidad que la belleza? (Maravillado) La belleza es la mejor carta de presentación, es la llave que te abre todas las puertas, es el sendero más corto y más cómodo hacia el éxito. La belleza es como el canto de una sirena: irresistible. Estoy seguro de que, si voy a cualquiera de esas entrevistas, me aceptarían sin dudar.

ROSA:                       La belleza no lo es todo, Narciso. También son importantes otras cualidades menos decorativas. Como la bondad, la responsabilidad, la generosidad, la simpatía… Es decir, aquellas cosas que nos hacen hermosos por dentro. La belleza externa puede ser engañosa. Precisamente como el canto de una sirena.

NARCISO:                (Tajante) ¡No estoy de acuerdo contigo! Siempre he pensado que uno es por fuera como es en su interior. Si exteriormente no eres agraciado en ningún aspecto, es de esperarse que tu espíritu tampoco lo sea. En cambio, si eres bien parecido, como es mi caso, todo indica que posees un alma desarrollada. Es algo de lo más elemental. Basta con mirar a los políticos para confirmar mi postura: Todos parecen sacados de un cuento de terror. Y nadie puede negar lo corrompidas que están sus almas. (Enfático) El primer requisito que debería exigirse para optar por cualquier empleo, debería ser un buen perfil. La gente no parece entender eso. La forma es el contenido supremo, dijo una vez un tal Staiger. Y es la primera vez que estoy completamente de acuerdo con alguien que no sea yo mismo.   

ROSA:                       (Pasmada) Narciso, deberías estudiar filosofía. Te iría estupendo si estudias estética: ¡tus ideas en ese campo son revolucionarias!

HORTENSIA:           ¡Concuerdo contigo, hijo mío! Esa es la razón por la cual considero que exponerse a cosas bellas es bueno para refinar el carácter. Tal vez si los maestros comprendieran eso, podrían educar a alguien. 

NARCISO:                ¡Diste en el calvo, madre! Por esa razón, todas las mañanas, dedico, por lo menos, un par de horas a contemplarme en el espejo.

HORTENSIA:          ¡Maravilloso! Seguiré tu ejemplo, Narciso. Aunque debe ser muy poco lo que me queda por refinar. (Transición) Oigan, ahora que lo pienso, eso que dijiste acerca de la forma está casi en el olvido. No imaginan los daños que no respetar esa postura ha ocasionado, por ejemplo, al teatro. Hace poco tuve la desgracia de ver una versión de Romeo y Julieta, ustedes saben, por uno de esos grupitos experimentales. Hubieran visto aquel desastre. ¡No entendí absolutamente nada! Sin embargo, los demás espectadores se mostraban extasiados, como flotando en otra dimensión. Era el mismo sentimiento de adormecimiento que me embarga a mí cuando escucho al padre los domingos en la iglesia. Nada tenía sentido: ¡Ni la escenografía, ni las actuaciones, ni las luces! ¡Hasta se atrevieron a desmembrar el texto! ¡Sacrilegio! Y lo peor es que todos, al salir, se congregaban y regocijaban en sus desvaríos. Algunos decían que la propuesta había sido un trabajo brillante, un ejemplar lúcido de arte vanguardista, una puesta visionaria. Sinceramente, la posmodernidad está volviendo loca a la gente... ¡A doné iremos a parar, Dios mío! (A Narciso. Maravillada. Lo mima y lo besa) ¡Qué brillante es mi hijo! ¡Cómo me gustaría que tu hermana alcanzara tan sublimes abstracciones!

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo