Capítulo 3. Dame un segundo.

Gritos, era todo lo que alcanzaba a ubicar Romina pero ¿de quién?, le pesaba todo el cuerpo y tenía mucha sed, su boca parecía un papel y su lengua una lija, no podía moverse aunque tenía frio, si bastante frio, con mucho esfuerzo se puso algo que le ayudara a cubrirse el cuerpo.

Espera, su  mente poco a poco se iba despertando, ¿de quién eran esos gritos?, en ese instante todas las alarmas se encendieron, Gabriel, quien estaba gritando era él.

Romina abrió los ojos para encontrarse en una habitación, que desconocía por completo, ¿qué hacía ella ahí? Después enfocó a su amado esposo, que estaba frente a ella furioso.

- M*****a mujer— gritaba— ¿cómo me hiciste esto? Acaso eres idiota, por eso te comportabas tan modosita ¿verdad? Aquí sacabas tu verdadero yo.

Ella aún no entendía  de qué hablaba, hasta que lo vio, estaba en una cama completamente desnuda junto a un hombre que jamás había visto antes.

La sangre se le fue  al suelo, y una sudoración comenzó en sus manos, ¿qué estaba pasando?

- Amor te lo puedo explicar. — dijo ella aunque realmente no podía.

¿Qué iba a decirle? Que no sabía cómo había llegado ahí, iba a pedirle que la ayudara a saber cómo se había despertado desnuda en una cama de hotel, para ella tampoco tenía sentido.

- ¿Qué me vas a explicar ¿ lo fácil que eres? ¿O lo poco creativa? En un hotel tan cercano a casa Romina, eres definitivamente una idiota.

Ella se levantó y comenzó a vestirse, al mismo tiempo que lloraba.

- Por favor dame un segundo, lo podemos arreglar. — le suplicaba por un poco de compasión, sabía cómo lucia esto pero ella no había hecho nada, aunque tampoco lo recordaba.

- ¡¿Explicar?! Solo es necesario un segundo para saber que sucedió aquí, ¿pensabas hacerme criar al hijo de otro?— pregunto con desprecio.

- No jamás, ¡yo te amo! Créeme por favor, sé lo que parece pero…

- Pero nada, sabes la cantidad de problemas que he tenido por tu culpa, por tu existencia, casarme contigo fue el peor error de mi vida, y no sabía cuándo iba a dejar de pagarlo, pero por lo visto me la estás poniendo fácil.

- No digas eso, me lastimas, estamos casados— le pedía ya casi sin fuerza, por el daño que le hacían sus palabras.

Romina no podía creer lo que estaba sucediendo ¿de qué se trataba todo esto? Pero no podía perder a su esposo, su único apoyo y el hombre de su vida.

- ¡Te amo! ¡te amo!— era lo único que alcanzaba a repetir.

- Por lo visto no soy el único a quien amas, demonios Romina si me sentía hasta culpable por no desearte, por no quererte y por necesitar estar lejos de ti , y mira— dijo apuntando a su alrededor— por fin sé el motivo de esa reticencia a estar contigo, a mí no me gustan los animales, y tu eso eres, una perra.

Romina se acercó a él, necesitaba hacerlo comprender, que el supiera que estaba equivocado, él había sido el único en toda su vida, y quería que así siguiera siendo hasta su ultimo día de vida, el amor perfecto.

En un intento de tomar su mano, él la empujó con más fuerza de la necesaria y ella terminó dándose con la cabeza en la pared  e hincada.

—No me toques, me das asco. — Le grito Gabriel al mismo tiempo que se limpiaba la mano con que la había tocado en la ropa. — tendré que tirar esto también, que lamentable.

Él estaba quejándose por la ropa y no porque su matrimonio de tres años estaba desquebrajándose a pedazos.

- Pero te voy a dejar sin nada ¿entiendes? Así como viniste así te vas, con una mano delante y otra detrás, nadie le ve la cara a Gabriel Osuna y menos una mujerzuela como tú.

- Gabriel por favor por favor. — Seguía pidiendo ella. — sólo un minuto, solo eso dame.

- Ya tuviste tres años perrita ya no te daré un segundo más. Espera la demanda de divorcio por que será rápida, la firmas y ya no quiero problemas.

- No por favor— si se divorciaban su familia podría tener graves problemas. — por favor Gabriel hablemos.

- Quiero el divorcio Romina y por tu bien espero lo hagas fácil, aunque para tu información tomé fotografías y videos no tienes nada que hacer contra eso.

Sin decir más, Gabriel se dio media vuelta para irse, mientras tanto, ella se dio cuenta que el hombre que la acompañaba, ya se había ido ¿en qué momento? No supo, pero ahorita su esposo era más importante.

Ella tomó su bolso y se puso los zapatos para buscar desesperadamente el perdón de Gabriel. Lo buscó pero no había dado con él, se subió a su camioneta y se dirigió directamente a su casa, la mansión Osuna donde ambos vivían.

En el camino intentó recordar que había sucedido, pero solo llegaban a ella sombras confusas  y difuminadas que no tenían sentido, lo último que recordaba era haber ido a casa de su padre y después a un pequeño bar a esperar a Ariana, tomar un refresco y después, después de eso despertar por los gritos de Gabriel, algo no estaba bien y tenía que decírselo, tenía que creerle.

Al llegar dejó mal acomodada la camioneta y corrió a abrir la puerta de la casa pero tenía seguro interno, Romina golpeó la puerta con desesperación, hasta que mucho tiempo después alguien abrió del otro lado pero dejó la cadena interna puesta.

- Mary — dijo alegre Romina— Mary ábreme por favor, necesito hablar con Gabriel.

- No podemos señora— la cara de incomodidad y tristeza delataba a la mujer.

- ¿Cómo?

- No podemos abrirle, ni dejar que esté aquí.

- Pero necesito hablar con mi esposo, Mary esta es mi casa.

- No — Se escuchó dentro de la casa.

Instantes después Mary  abrió la puerta por completo para dejar en la entrada a un grande, orgulloso y fuerte Gabriel Osuna, digno jefe de la mansión.

- ¿Cómo? Amor…

- No— la interrumpió — Ésta no es tu casa, ni yo soy tu amor, vete y no vuelvas, nada de lo que hay aquí te pertenece, todo es mío y yo decido que tú no eres más que una intrusa.

- Gabriel por favor— Romina estaba a punto de llorar de nuevo, su rostro lo sentía hinchado y los ojos le escocían pero no podía evitar seguir llorando.

- ¡Lárgaatee!— Gritó él— o llamaré a seguridad. — Después cerró la puerta en la cara de Romina dejándola sola.

¿Qué haría ahora?

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