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Mientras tanto, frente a la casa en llamas, Simón se acercó a los bomberos con paso firme y decidido, aunque uno de ellos intentó detenerlo.

—Señor, no puede pasar —puso una mano sobre su pecho, mirándolo con expresión seria—. Es demasiado peligroso.

—Mi hijo está ahí dentro —respondió Simón, con los dientes apretados—. Voy a entrar, les guste o no.

El bombero abrió la boca para replicar, pero Simón ya había avanzado hacia la entrada, ignorando los gritos de advertencia.

—Señor, regrese —llamó el bombero con voz tensa—. Ya hay bomberos haciéndose cargo de la situación, ¡regrese, por favor!

Natalia observaba la escena con el corazón en la garganta, las lágrimas nublaban su vista mientras apretaba los puños con fuerza.

—Por favor… tráelo de vuelta —murmuró entre sollozos, su voz era apenas audible entre el estruendo del fuego.

Simón avanzó y al ver que la puerta principal estaba bloqueada, buscó una ventana lateral por donde meterse, sabiendo que cada segundo que pasara era crucia
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