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Ana bajó la mirada, el temblor en sus manos era evidente mientras Simón la observaba con una mezcla de dureza y esperanza. Había sido paciente, pero ya no podía soportar más mentiras.

—Señora Ana, necesito que confiese todo frente al juzgado —le pidió con voz tensa—. Las amenazas, las mentiras, todo lo que Isabella la obligó a hacer.

Ana levantó lentamente la vista, sus ojos llenos de remordimiento.

—Eso haré —respondió con un hilo de voz, asintiendo con rapidez—. Lo lamento tanto, señor Cáceres. Nunca debí mentir, nunca debí ceder… pero no voy a volver a hacerlo, lo prometo.

Él no respondió de inmediato. Solo la observó alejarse, sus pasos resonando como un eco en su mente mientras una sensación de vacío se apoderaba de él.

Apoyó las manos en sus costados y apretó los puños con fuerza. Un sudor frío bajaba por su nuca, pero no era capaz de moverse. Se quedó inmóvil por unos segundos eternos, preguntándose qué debía hacer ahora.

La soledad parecía devorar su cordura, y la únic
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