Noa miró el rostro de Simón y preguntó:
—¿No te gusta la barbacoa?
—¿No te gusta? —preguntó Sofía sin entender—. Entonces, ¿por qué viniste a este restaurante?
Simón miró a Noa y pensó en algo. Se rio en voz baja y luego dijo:
—Cierto que no me gusta mucho la barbacoa. Después de todo, tiene muchas calorías. ¿Puedes comértelas por mí?
Dicho esto, empujó el plato hacia el centro. Noa y Sofía pusieron cara de estar sorprendidas al mismo tiempo. Noa miró el enorme plato y tomó un sorbo de aire. Pasara lo que pasara, ella no podría comerse el plato.
A Sofía se le agrandaron los ojos. Tenía muchas ganas de comérselo y preguntó:
—¿Realmente puedo comerme este plato? ¿Pero luego cómo se lo explicaré a mi gerente?
—Si tu gerente te pregunta sobre esto, solo dile que fui yo quien te invitó a comer.
—¿Se puede? ¿De verdad puedo decirle eso? Pero mi gerente creerá que estoy mintiendo. Después de todo, como es lógico, no tengo la oportunidad de conocerte, Simón.
Simón miró el plato y pensó un ra