Laura suspiró, resignada: —De todos modos, ya estoy casada, creas lo que quieras.
Mientras hablaba, tomó a Diego García del brazo para marcharse.
Elena Gómez, furiosa, agarró a Laura por el brazo y la detuvo, apuntando con el dedo a la nariz de Diego, espetándole: —¡Eres un vividor, engañas a mi hija, tendrás que resarcirla!
—Dos millones de pesos, ¿los quieres o no? —Diego ya no podía aguantar más, tomó a Laura y se marchó, ignorando los insultos de Elena a sus espaldas.
Laura se sintió avergonzada: —Te hice pasar un mal rato.
Pero Diego, con una sonrisa burlona en los labios, dijo: —¿Crees que dependo de las mujeres para vivir?
Laura se sorprendió por un momento, luego negó con la cabeza y tartamudeó: —No, supongo que no, vives en una buena casa y tienes un buen coche.
—Entonces, ¿también piensas que dependo de las mujeres para vivir? —Diego miró a la joven, visiblemente desconcertada.
Ella, incómoda por la mirada del hombre, asintió levemente.
Un destello brilló en los profundos oj