El cielo gris se extiende hasta donde la vista alcanza, cubriendo por completo el sol. Sentada desnuda sobre una roca, la lycan no se inmuta por el frío; de hecho, el contraste le agrada, permitiéndole despejar su mente.
Observa los copos de nieve caer y deshacerse al tocar el suelo. Sus ojos, generalmente duros e intimidantes, están perdidos en el vacío. El silencio del bosque solo es interrumpido por el sonido lejano del viento. En el suelo, al lado de la roca en la que está sentada, descansa el ciervo muerto, la presa que abatió sola. No siente orgullo, solo un vacío creciente que la consume por dentro.
El sonido de pasos en la nieve interrumpe sus pensamientos, y Lovetta suspira, sus hombros cayendo pesadamente. Ya sabe quién es.
— ¿Se volvió costumbre, Lukan? — pregunta sin apartar la vista de la nieve frente a ella. — ¿Seguirme a todas partes?
Lukan se acerca con una sonrisa ladeada, sus pisadas profundas en la nieve revelando su peso y fuerza.
— Solo quería ver si estabas bien