Amaba este lugar, siempre le dije a José Eduardo que nos viniéramos a vivir a Chile, reconozco que lo quería por un acto egoísta, para dejar el pasado atrás. Hacía mucho frío, por más que la calefacción se encuentre encendida, miré a mis dos hijos, dormían plácidamente. Puse almohadas en los dos lados y corrí a bañarme; me daba pavor que se despertaran y se cayeran de la cama. Al salir, María Paula estaba despierta, la cargué y bajamos al comedor. Todos se encontraban arreglados, había una cuna de madera a un lado de las escaleras. Debía regresar por el niño.
—Me acordé de que nunca botamos la cuna de José Eduardo, ya Arelis la limpió y arregló y como pasamos más tiempo en la planta baja podemos tener ahí a los bebés, es bastante grande.
—¡Muchas gracias! —Le pedí el favor a Arelis para que bajara a mi hijo, lo metió en la cuna, seguía dormido.
—Patricia, nosotros vamos en horas de la mañana y tú vas con Alejo en la tarde. ¿Te parece?
—Claro, así los niños no se quedan solos.
—Después