Capítulo 2

Puedo escuchar unos pitidos, y siento que quiero morirme, no del dolor, es por saber que me habían ingresado como paciente en el lugar donde comenzaré a trabajar solo en un día, ahora nadie me tomará en serio.

Me sentía amargada y quería terminar de despertar para irme, pero entre el analgésico y los calmantes que seguro me dieron, no lograba regresar del todo, intentaba abrir los ojos, pero los parpados eran sumamente pesados.

—Querida Mónica. —escucho la voz de Imelda, que claramente reconozco porque incluso en eso se nota su edad. — Ya era hora que despertaras, ¿has estado durmiendo bien? Te ves muy cansada. — me pregunta mientras trae una bandeja con una comida seguramente horrible.

Imelda es una enfermera de unos 75 años, profesora en la universidad, eminencia en la salud y en la terquedad, pues se niega a retirarse.

—Imelda, que gusto verte. — digo mientras parpadeo un par de veces para que se quite la pesadez de la vista. — claro que estoy cansada, un estúpido que recién saca la licencia de conducir me chocó y yo ni siquiera estaba manejando.

Aclaré mi garganta, mientras me giraba y cerraba el gotero del suero donde quien sabe qué me habían colocado.

—eh, eh, no puedes cerrar eso, es mi trabajo y aún falta tratamiento. — me regañaba Imelda

Mientras ella bajaba la bandeja de la comida, me quité el catéter intravenoso de la mano, las sabanas y me dispuse a salir de ahí inmediatamente.

—¿qué se supone que estás haciendo? —gritó alterado Christian desde la puerta.

—Christian... —Respondí sorprendida.

Dios mío, lo que faltaba, ¿Cuánto tiempo se supone que dormí? Tuvo que ser mucho para que mi esposo suspendiera su viaje de rueda de prensa y estuviera aquí.

—¿Qué haces cariño? No deberías levantarte aún. —dijo mientras se calmaba, me tomaba en brazos y me recostaba de nuevo en la camilla.

Así era el, cuando le necesitaba estaba ahí conmigo, me cuidaba, me hablaba con cariño, parecía que yo era el centro de atención, pero bastaba un solo pequeño drama en su propia vida para que se olvidara de mí.

—mi amor, ¿estás bien? —preguntó nuevamente. —¿Sigues demasiado aturdida?

Esta vez muy cerca de mi cara y tan bajo que Imelda pareció pensar que era una cuestión privada, pues se marchó.

—sí, solo estoy molesta, no quería que me conocieran así en el hospital, pero es mi asunto, no te preocupes. —dije en tono amargado.

Me sentí mal, quizás debí suavizar un poco más la respuesta, pero la verdad tengo una gran memoria, y no se me olvida que decidió irse de viaje justo en nuestro aniversario número 5, dejando una simple nota y un ramo de rosas que se marchitó incluso antes de que volviera a saber de él.

—Aún estas molesta por el aniversario, te conozco, pero lo vamos a resolver, te lo dije, esto es algo bueno para nosotros y voy a compensarte todo. Es más, si te sientes incomoda pediré que te den el alta, yo mismo te cuidaré en casa. — besó mi frente y salió de la habitación, me imagino en búsqueda del Dr. Thomas para que me dejen ir.

Siempre que dice “esto es algo bueno para nosotros” siento que se me revuelve el estómago, no sé cómo estar alejados puede ser “algo bueno para nosotros”. Estuve toda mi infancia sola, lo único que quería al casarme era tener a alguien con quien regresar después del trabajo.

Pasaron unos diez minutos antes de que regresara.

—¡¡estamos listos!!—dijo Christian mientras llegaba con una sonrisa de par en par y una silla de ruedas completamente innecesaria pero que por su obvio dramatismo tendría que usarla.

—El doctor Thomas está procesando tu salida, pero debes obedecer indicaciones y descansar. — comentó mientras me ayudaba a bajar de la cama.

Y yo, como estaba amargada y hastiada de todo, no quería discutir por la silla, entonces simplemente resoplé y me senté en ella.

Saliendo de la habitación, un hombre empezó a caminar rápido hacia nosotros, aunque parecía que flotaba, eso hacían ver las ondas de su cabello, dios mío, es el hombre que me chocó y yo sigo pensando como si estuviera a punto de desmayarme cuando lo veo.

—¡Tú! —dije en tono despectivo mientras lo veía desde mi silla de ruedas, comenzó una taquicardia, desde abajo se podía apreciar mejor su mentón, altura y el ancho de su pecho.

—doctora Montenegro, lamento mucho lo sucedido, ya me había disculpado con su esposo, pero usted no había recobrado el conocimiento. —dijo en un tono agridulce, podía sentir que se estaba disculpando, pero su mirada me penetraba, como si hubiera esperado mucho por verme.

El “Montenegro” sonó bonito, aunque ese sea mi apellido de casada. Me gusta usarlo, es mejor que Expósito, siento que no le pertenece a nadie, ni siquiera a mi.

—Lo que sea, ya pasó, la próxima vez no caigas en la corrupción de las licencias de conducir falsas.—dije con sonrisa sarcástica mientras sacudía el saco de Christian. —Vamos amor.

El atrevido hombre devolvió la sonrisa sarcástica, definitivamente está jugando. Es como si estuviera encantado de verme, que ridículo.

—Christian, ¡vámonos! — repito con insistencia.

Pero, así como yo me había distraído en la belleza del irresponsable conductor, mi esposo estaba felizmente ocupado firmando los libros de las enfermeras de todo el hospital que habían llegado, adoraba la atención.

Por eso es que Imelda debería retirarse, nadie toma en serio a una jefa de enfermeras de 75 años.

—Cariño, dame unos minutos para interactuar con mis fans, será algo rápido. — dijo en tono tranquilo y despreocupado, como si no me conociera y se diera cuenta de lo incomoda que ya estaba.

A veces siento que en cinco años de matrimonio y otros tantos de noviazgo, no se ha dedicado a conocerme.

—Sr Montenegro, yo podría llevarla al carro para que descanse. — dijo el hombre que mi cerebro considera el responsable de mi fatídica entrada al hospital y mis actuales ganas de salir huyendo. — se ve que está cansada. —agregó con una sonrisa.

—Doctor Maximiliano, se lo agradecería mucho, así pueden ir limando asperezas. — dijo Christian tranquilamente y le entregó las llaves del automóvil.

Y de algo serio me perdí, pues ¿Cómo no me di cuenta que el pésimo conductor es médico si lleva una bata colgando de su brazo?

—el auto del doctor tuvo una falla en los frenos y para evitar estrellarse contra una madre y su hijo, dió contra tu parachoques, cariño. —me interrumpió Christian.

Pensándolo de esa manera, no era tan malo ¿o sí?

Yo solo resoplé, quiero irme de aquí antes de que alguien más me vea.

—quien sea, pero sáquenme del hospital, quiero irme. —dije resignada y mientras apoyaba el codo de la silla de ruedas, mi mano trataba de tranquilizar la vena que intentaba salir de mi frente.

El apuesto muchacho de ojos cristalinos que ahora tiene nombre “Maximiliano” y profesión “medico”, tomó mi silla y ahora me llevaba en dirección al estacionamiento.

Me causaba intriga todo sobre él, como cuando un tema en la escuela de medicina no terminaba de convencerme y debía leer todos los libros necesarios para satisfacer mi sed de curiosidad.

Al llegar al auto, abrió la puerta del copiloto, con cuidado me ayudo a bajar de la silla y entrar al auto, uso su mano derecha como apoyo de las mías y con su mano izquierda cubrió mi cabeza con delicadez y ternura ¿la estaba protegiendo del techo del auto o de los infortunios de la vida?

—Espero que no me odie por siempre doctora, soy un gran admirador.—dijo pícaramente y con una sonrisa en su rostro, aun con una de sus manos apoyando las mías y otra bajando por mi cabello de forma sutil, esto mientras su rostro estaba levemente inclinado hacia el interior del auto.

—¿Se lo dices a todas las mujeres que chocas? —pregunté con amargura. —No te preocupes, no te denunciaré por mal conductor.

Sonrió ampliamente, ví sus hoyuelos formarse, divino.

—Nunca es necesario, la verdad se les quita la molestia en cuanto me ven. — dijo mientras me guiñaba el ojo.

¡¡Que atrevido!!

Siento que se me va la compostura, la amargura, el desdén, puedo escuchar mi corazón, las sístoles, las diástoles, ¿cómo puede una cardióloga asustarse por unos latidos del corazón?

—Creo que se está sobrevalorando, doctor Maximiliano. —dije en tono retador.

Estábamos a unos diez centímetros.

—Creo que es usted quien me subestimando, doctora Montenegro. — carcajeó y no pude evitar reír con él.

Como esposa sé que no debo saciar ninguna sed de curiosidad. Aunque me muera de ganas. Pero ¿será pecado disfrutar de una conversación inocente?

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