Christian
Resoplo y arranco la nota “anónima” que han dejado en mi casillero. Sé que ha sido Ricky, maldito cobarde, y esto no se quedará así, no esta vez. Los murmullos de mis compañeros a mi alrededor se detienen, esperando cuál será mi reacción.
Que se jodan.
Miro al imbécil, al que le gusta tentar a la muerte, y sonrío, porque no sabe lo que le espera. Borraré esa maldita sonrisa de esa detestable cara.
—Hey —dice Leo, el corredor, arrugo el ceño cuando toca mi hombro y lo aparta enseguida—. No dejes que te afecte. No les des el gusto de verte fuera del equipo.
Lo miro, de repente parece que le hubiera salido un tercer, un cuarto y un quinto ojo en la frente. Se encoje de hombros, como si fuera normal dirigirse a mí, y sigue su camino mientras se pone la camisa del uniforme para ir al campo, donde iniciaremos