Mientras Marcos Borrel estaba aún en Valencia y próximo a regresar a la capital, en la casa de sus suegros dos mujeres discutían sobre aspectos que él iba a desconocer por mucho tiempo.
— ¿Si ya no lo quieres, por qué no lo dejas?
La otra mujer callaba. Se notaba la angustia en su interior.
— Es muy peligroso mija. Tengo mucho miedo por ustedes. Él no merece lo que le estás haciendo.
— No sé qué hacer. Lo sé, claro que no lo merece.
— Él es un buen muchacho y lo que has hecho está muy malo y ahora me da vergüenza, porque no puedo ni siquiera abrirle la puerta de la casa, porque creo que se va a dar cuenta de muchas cosas.
— Sí, lo sé mamá. Pero, pasó. Nunca quise y no quiero hacerle daño y a veces pienso en qué pasaría si en un enfrentamiento él muriera.
&