Cocoa se puso cómoda en una de las almohadas de la cama. Ella suspiró. Miré por la ventana y luego de nuevo a Cocoa. Bajo sus pobladas cejas, tenía un ojo abierto y me miraba.
—No me juzgues —dije.
Cocoa suspiró de nuevo. Me acerqué a la almohada y le di la vuelta para que el perro no pudiera verme.