El ascensor no tardó en llenarse. Era la hora pico, después del almuerzo, y la cabina quedó hasta el tope, tanto, que Jaime quedó apretado contra Valeria y parecían estar tomados de la mano. Detrás de ellos estaba Franco, casi dos cabezas más alto que Valeria, que no solo lo sentía pegado a su espalda, sino que también olía su costosa colonia Ralph Lauren. Sin atreverse a girar -y aunque lo hubiera querido hacer, no habría podido- Valeria tenía un mal presentimiento que, dos pisos más adelante, se hizo realidad.
«¡Maldita sea!».
Con la falta de aire y la aglomeración, la sensación de náuseas se hizo tan fuerte que Valeria sintió que iba a doblarse. Tenía que salir, sí o sí, de ese ascensor, de inmediato, o