Capitulo 2

Alejandra sabía que Marcelo podía ser cruel con los demás y que no tenía ninguna tolerancia para los que no tomaban la vida por los cuernos.

–A veces puede dar un poco de miedo –le había advertido Daniela poco antes de que se mudase a Londres.

Pero Alejandra no sabía el miedo que podía dar hasta que empezó a trabajar para él. Apenas había contacto directo entre ellos porque la mayoría del trabajo le llegaba a través de Elena, pero en las raras ocasiones en las que Luc se dignaba a bajar de su torre de marfil había sido menos que amable.

–No puedes ser un avestruz, Alejandra –dijo él, mirándola fijamente–. Si hubieras sacado la cabeza de la arena un momento, te habrías dado cuenta de que iban a despedirte del invernadero porque llevaban dos años perdiendo dinero. Deberías haber buscado otro trabajo en lugar de esperar a que te despidieran dejándote con las manos vacías. Pero da igual, el caso es que aquí ganas un salario muy decente pero no te interesas por nada.

–Lo intentaré –le aseguró ella, preguntándose cómo podía encontrarlo tan atractivo y odiarlo al mismo tiempo. Tal vez era por costumbre; había estado loca por él desde que era una cría.

–Sí, lo harás –afirmó Marc–. Y puedes empezar por tu forma de vestir.

–¿Perdona?

–Lo digo por tu bien. Ese tipo de ropa no pega en esta oficina. Mira a tu alrededor, ¿ves a alguien llevando faldas hasta los pies y jerséis anchos?

Alejandra sintió que le ardía la cara de vergüenza. ¿Cómo podía haberle gustado durante tantos años alguien tan ofensivo?, se preguntó a sí misma y no por primera vez. Cuando era niña le parecía el chico más guapo del mundo. Pero incluso cuando iba a visitar a Daniela a la iglesia o la casa pastoral , Marcelo jamás se había molestado en mirarla.

Ella no era una rubia impresionante con piernas interminables, era tan sencillo como eso. Era invisible para él; alguien que andaba por allí ayudando a preparar la cena y encargándose del jardín. Y el comentario sobre su ropa era demasiado.

–Me siento cómoda con esta ropa –le dijo, con voz temblorosa–. Sé que me estás haciendo un favor, pero no veo por qué no voy a ponerme lo que me gusta.

Yo no voy a ninguna reunión y metida aquí no me ve nadie. Y, si no te importa, ahora me gustaría marcharme. Tengo una cita importante y...

–¿Tienes una cita? –la interrumpió Marc, poniendo cara de asombro.

–No sé por qué te sorprende tanto –dijo Alejandra, dirigiéndose a la puerta.

–Me sorprende porque llevas poco tiempo en Londres. ¿Carlota lo sabe?

–Mi madre no tiene por qué saber todo lo que hago –replicó ella.

Su madre era una mujer anticuada y le daría un ataque si supiera que iba a cenar con un hombre al que había conocido mientras tomaba una copa con sus amigas en un bar. No entendería que así era como se hacían las cosas en Londres y, sobre todo, no entendería lo importante que era esa cita para ella. Las relaciones ficticias estaban bien para los quince años, a los veintidós eran una locura. Necesitaba una relación de verdad con un hombre de verdad, alguien con quien pudiese hacer planes de futuro.

–Espera, espera... –Marcelo la tomó del brazo.

–Mañana vendré media hora antes, aunque sea sábado –dijo ella, molesta consigo misma por el temblor que la hacía sentir el contacto de su mano–. Pero ahora tengo que ir a arreglarme o llegaré tarde a mi cita con David.

–¿Davidt ¿Se llama así?

–David Pirez.

Marc la soltó, mirándola con curiosidad. No se le había ocurrido pensar que tuviera una vida social. En realidad, no había pensado en Alejandra en absoluto desde que llegó a Londres. Le había dado un trabajo bien remunerado a pesar de su falta de experiencia y, en su opinión, ya había hecho más que suficiente.

–¿Cuánto tiempo llevas saliendo con él?

–No creo que eso sea asunto tuyo –Alejandra salió del despacho, pero se dio cuenta de que Marcelo  la seguía hasta el ascensor. Era viernes y la mayoría de los empleados de esa planta se habían ido. Aunque en la planta principal, los empleados que estaban más arriba en el escalafón seguirían trabajando como esclavos.

–¿No es asunto mío? ¿He oído bien?

–Sí, eso he dicho –ella suspiró, frustrada–. Es asunto tuyo lo que haga en la oficina, no lo que haga fuera de ella.

–Yo no pienso lo mismo. Tengo una responsabilidad hacia ti.

–¿Por un favor que mis padres le hicieron a tu madre hace años? Eso es absurdo. Mi padre es... era pastor. Cuidar de los miembros de la iglesia era su obligación y estuvo encantado de hacerlo. Además, tu madre y mis padres eran amigos desde siempre y les había ayudado mucho a recaudar dinero para los más necesitados – Alejandra pulsó el botón del ascensor.

–Hacer unos cuantos pasteles para una feria no es lo mismo que alojar a alguien en tu casa durante dos años.

–Para mis padres es lo mismo. Y mi madre se llevaría un disgusto si supiera que soy una molestia para ti.

Aunque lo que de verdad la preocupaba era lo peligrosa que, según ella, era la ciudad. A menudo la llamaba por teléfono y leía directamente del periódico las noticias sobre robos y asesinatos. Se mostraba escéptica cuando le decía que estaba bien, que no vivía en un barrio peligroso y nada le gustaría más que saber que Marc cuidaba de ella.

El ascensor por fin había llegado y, cuando entró con ella, Alejandra lo miró, alarmada.

–¿Qué haces?

–Bajar contigo en el ascensor –respondió él, pulsando el botón del garaje.

–¿Por qué vamos al garaje?

–Mi coche está allí. Voy a llevarte a tu casa.

–¿Estás loco?

–¿Quieres que te diga la verdad?

Alejandra, que ya había escuchado demasiadas verdades, no estaba muy dispuesta a escuchar más pero no podía hacer nada.

–Mi madre llamó ayer para decir que, en su opinión, no me tomaba suficiente interés por ti.

El precio de aquel favor empezaba a ser demasiado alto. Normalmente indiferente a la opinión de los demás, Marcelo  adoraba a su madre, de modo que había tenido que callarse mientras lo regañaba por no cuidar mejor de Alejandra.

–No te creo –dijo ella mientras salían del ascensor.

–Pues será mejor que empieces a creerlo. Por lo visto, Carlota está preocupada. Cuando habla contigo por teléfono no le parece que seas feliz aquí y no respondes directamente cuando te pregunta por tu trabajo en la oficina. Le dices que todo va bien y ella entiende que no eres feliz. Y la última vez que te vionhabías adelgazado.

Alejandra enterró la cara entre las manos.

–Qué horror.

Marcelo  abrió la puerta de un Aston Martin plateado.

–Dime dónde vives.

Mientras él encendía el navegador, Alejandra revisó lo que había ocurrido durante la última media hora, empezando por su interés en darle un trabajo más interesante, no podia crer que Marc ahora la estuviese acompñando a casa .

–Esto es horrible...

–Dímelo a mí.

–¿Es por eso por lo que quieres que me encargue del archivo de Mendoza?

–Intenta concentrarte en el trabajo y quéjate menos.

–¡Yo no me quejo!

–Pues eso es lo que tu madre y la mía parecen pensar. Y ahora, no sé cómo, me veo en la obligación de interesarme por ti.

–¡Yo no quiero que te intereses por mí!

Marc pensó que era una ironía porque la mayoría de las mujeres que conocía  estaban interesadas justo en lo contrario.

–Voy a intentar que amplíes tus horizontes y te intereses por algo más emocionante que el archivo, así que ya puedes empezar a cambiar de vestuario. Si vas a trabajar en otro departamento, no podrás llevar vestidos anchos y zapatos planos.

–Muy bien, de acuerdo –asintió ella, para dar por terminada esa horrible conversación.

–Y voy a acompañarte porque quiero ver a ese tal David. No quiero que arriesgues tu vida saliendo con algún vagabundo. Lo último que necesito es que mi madre aparezca en la oficina como un ángel vengador porque te has metido en algún lío.

Si la tierra se hubiera abierto bajo sus pies, Alejandra  se habría  se había sentido tan humillada en toda su vida. Jamás debio de haber aceptado el trabajo. Nunca salía nada bueno de aceptar un favor.

–Puedo cuidar de mí misma, no soy una niña pequeña. Y no voy a meterme en ningún lío.

–Pero no le has contado a tu madre que tienes una cita y eso me hace pensar que te avergüenzas del tal David. ¿Me equivoco?

–No le he dicho nada a mi madre porque acabo de conocerlo.

Marcelo notó que no había dicho si se sentía avergonzada o no. ¿Estaría casado? No, Alejandra no parecía la clase de persona que salía con hombres casados. Siempre había sido tímida y lo único que recordaba de ella era que no tenía el menor estilo. Al menos, no tenía el estilo de las chicas de su edad, que solían ponerse minifaldas y vaqueros ajustadísimos. No, seguramente sería otro amante de la jardinería, pero si ése era el caso, ¿por qué no se lo había contado a Carlota? Aunque acabase de conocerlo.

–¿Está casado? Puedes contármelo, aunque no esperes que lo apruebe. Me parece fatal que alguien se relacione con una persona casada.

Alejandra  lo miró, perpleja. ¿Quién se creía, un ejemplo de moralidad? ¿Él, que tenía una amante diferente cada semana? Normalmente reducida a una masa temblorosa en su presencia, Agatha respiró profundamente y respondió:

–No creo que tú tengas derecho a aprobar o desaprobar mis relaciones personales.

–¿Perdona?

–Yo me encargo de comprar los regalos para las chicas a las que no quieres volver a ver –dijo –. Flores, joyas, vestidos... ¿por qué de repente te portas como si fueras un ejemplo para la humanidad? ¿Cómo puedes advertirme sobre una relación con un hombre casado cuando tú te acuestas con esas mujeres sabiendo que no tienes la menor intención de casarte con ninguna de ellas? Mantienes relaciones que no van a ningún sitio.

Marcelo  soltó una palabrota. Lo irritaba que se hubiera atrevido a juzgar su vida privada. Y no pensaba justificar su comportamiento.

–¿Desde cuándo el placer no va a ningún sitio?

No dijo nada más porque estaba seguro de que para Alejandra las relaciones sin compromiso serían anatema. Cuando llegó a Londres, después de terminar la carrera, había tenido la mala suerte de enamorarse de una mujer como  Esther pasó de ser un ángel a una arpía en cuanto el trabajo empezó a interferir con su necesidadde que el estuviese pendiente en todo momento de ella par cumplir con sus caprichos al final había buscado a otra persona que le diera toda su atención.

Ésa había sido una lección que no olvidaría nunca, de modo que volver a tener una relación seria con alguien era algo en lo que no estaba interesado. Desde el principio, todas esas mujeres  con las que salía sabían que no tenía intención de casarse. Era sincero con ellas y, en su opinión, ésa era una gran virtud porque la mayoría de los hombres no lo eran en absoluto. Y eso lo hizo pensar de nuevo en aquel tal David sobre el que Alejandra estaba siendo tan misteriosa.

–O tal vez me equivoco. Tal vez también tú piensas que no hay nada malo en pasarlo bien. ¿Es eso?

–No te entiendo.

–Sigues sin decirme si David está casado o no.

–¡Pues claro que no está casado! Es un chico estupendo y va a invitarme a cenar en un muy buen restaurante.

Marc la miró de soslayo y frunció el ceño.Debía admitir que sentía curiosidad y eso era algo que últimamente faltaba en su vida. Había actuado por impulso al ofrecerse a acompañarla y en realidad debería volver a la oficina. Pero el trabajo podía esperar¿No le había encargado su madre una misión?

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