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Una vez que terminó el almuerzo, el sheikh se apresuró a despedirla en su habitación sin amenidad en su voz. Dolido por este brutal cambio de humor, Liya prefirió no hacerle caso y se encerró en su habitación. Curiosa, cuando escuchó los ruidos del motor, Liya se acercó a su ventana para correr discretamente la cortina. Una docena de hombres salieron de vehículos blindados y entraron en el palacio. Liya suspiró profundamente y dejó caer la cortina, con la espalda contra la pared. No sabía cuánto tiempo tendría que quedarse aquí, así que decidió elegir un libro al azar para pasar el tiempo.

Zhayar giró ligeramente la cabeza en dirección a las voces que llegaban a la entrada de sus aposentos. No había sentido aprensión por este encuentro, consciente, sin embargo, de que su rostro era bastante diferente.

- Su Alteza, es un honor para nosotros volver a verle por fin.

Las voces respetuosas de sus asesores le recordaron entonces que, a pesar de su ceguera, Zhayar seguía siendo su gobernante
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