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La actitud de mi madre en vez de mejorar, cada vez empeoraba.

Seguía diciéndome mentiras, ya no paraba en casa, decía que se iba con sus amigas o que iría de compras y al principio hasta le creí pero cuando se convirtió en algo cotidiano, sabía que no era verdad. Siempre llegaba a casa a altas horas de la noche, casualmente ya había cenado y aún estando todo el día afuera, me dirigía dos palabras y se iba a su cuarto para pasar el resto de noche pegada al teléfono hablando por horas.

¿Me alegraba? Si, en cierta forma, pero no pensé que sería tan radical el asunto.

Ahora vestía mucho más juvenil, con ropa más ceñida, de diseñador, tacones altísimos, carteras de marca y el cabello siempre arreglado.

Trataba de comprenderla, sabía que la separaci&oacut

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