Capítulo 3

Aiden

No recordaba cómo había llegado a ese lugar, pero si sé lo que hacía. El placer era tanto que mis dedos se entumecieron sobre su cintura al tenerla en mi regazo donde es quien controlaba el ritmo.

Vi sus labios abrirse mientras sostenía sus caderas que se unían a mi pelvis una y otra vez. Respiré en su cuello, ella se estremeció en tanto la volteé para reclamar la boca que me prendió más.

Su espalda se arqueó al correrse sobre mí, enmedio de gemidos suaves que destrozaron mi autocontrol al sentir esa mata de cabello en mi cara.

No logré ver su rostro, tan solo sentí su fragancia dulce tocar mi nariz como el más dulce jazmín haciéndome explotar en miles de particulas.

No dejé de besarla, ella permitió que lo hiciera. Estaba perdido en ese olor que se impregnó en todos lados de la habitación hasta que se quedó en mi pecho recuperando el aliento.

Mis ojos se cerraron con el mareo que me tomó hasta que de un sobresalto me levanté.

La cabeza me iba a estallar. Mi vista se distorsionó hasta que me sostuve de la esquina de la cama para estabilizarme.

¿Que había pasado?

Caminé hasta el baño con el martilleo en mi sien por lo que había ingerido. Después de tener un altercado por la misma situación con Lexi, fui a un bar, no quise ir a casa de mis padres ni a mi apartamento por lo que vine con...

¿porqué había ido a casa de Dolly?

Lancé agua a mi cara para refrescarla por el intenso calor que sentía. Imágenes de una mujer vinieron a mi mente, pero no recordaba su rostro. Tan solo se trataba de una mata de cabello enredado en mis manos y su boca sobre la mía con desespero. No pude haber estado con alguien si no había salido la casa.

Mi móvil comenzó a timbrar. Lo busqué en mi bolsillo para evitar que siguiera torturando mi cabeza. Cuando lo saqué algo venía enredado con el aparato, un cintillo azul que recuerdo haber tirado de su cabello.

Entonces no sé trató de un sueño. Había sido real.

Me despedí de una burlona Dolly. Mi prima podía ser una molestia cuando se lo proponía, por lo cual no iba a quedarme a verla sacar sus propias conclusiones. Así que opté por ir a casa para tomar un baño e ir al bufete.

Tenía trabajo y por lo que recordaba había alguien nuevo, que quizá no sería como mi asistente real. Esperaba al menos no estorbara.

Vivir entre magnates, hombres de negocios y empresarios reconocidos era similar a estar entre tiburones. Era estar a la defensiva todo el tiempo. Eso me hizo ser exigente y buscar la efectividad en todos.

Así lo veía. Así se me había dicho que sería toda la vida y es como aprendí a vivir.

Revisé algunos casos que llevaría a juicio. No tomaba ninguno si sabía que era culpable. La ética se crea a base de éxitos y no iba a defender a quien no lo merecía.

Miré entrar a la nueva a mi oficina. Al menos su imagen era cuidada.

__ Buenos días, señor. - saludó. Por alguna razón esa voz se me hizo conocida. Mi cabeza retumbó y solo pude masajear mi frente sin dejar de sentir que esa cercanía ya la habia tenido.

__ ¿Issela? - pregunté. No recordé como dijo Camila que se llamaba.

__ Isabella, señor. A sus órdenes. - aludió con postura recta. Medio asentí viendo un rostro angelical verme con gesto neutro.

__ Consigue dos aspirinas. - dije y afirmó con su cabeza. Me llamaba la atención su imagen. Su cabello, era igual a...

Estaba alucinando y no soy de hacerlo. Sacudí mi cabeza y volví la mirada al documento frente a mí. Eso era lo que tenía que hacer, no pensar en algo que no podía deducir completamente. Pasado el dolor de cabeza me concentré en ello

Lo dejé a un lado y continúe con el siguiente. Mis días se basaban en eso. Trabajo todo el tiempo. La diversión quedó de lado y jure nunca más verme envuelto en tonterías que prefería no ver.

El reemplazo de Camila era eficaz. No daba problemas, no hablaba y en las semanas que llevaba en el puesto no había cometido un solo error. Apenas me daba cuenta que existía.

El silencio era su sello. Justo como me gustaba. Pero algo llamaba mi atención, y era que no le gustaba agruparse por mucho que la buscaran. Al igual que conmigo. Entraba, colocaba los papeles en su lugar o el café cerca de mi mano y luego se retiraba. Era un enigma.

__ Venga aquí. - ordené por el intercomunicador. En pocos segundos estuvo frente a mí. Extendí el fólder oscuro buscando el segundo. - Averigüe el avance de este en los juzgados. Priorice una fecha para este otro y llame al cliente del primero para que se reuna conmigo.

__ Como diga, señor. - asintió organizando los fólder en sus manos, apresurada por salir. No era miedo lo que olía. Había algo más y generó dudas en mí.

__ Un momento. - pedí mirando mi taza vacía. - Tráigame otro café. Esta vez sin azúcar y vaya por mí traje a la tintorería a las diez.

Hizo mala cara. No por inconformidad, si no como si odiara el olor de todo. Se veía realmente mal.

__ ¿Se encuentra bien? - pregunté.

Volvió a asentir y se retiró cuando lo indiqué. Eficiente, eso me gustó porque al poco tiempo ya tenía todo lo pedido listo. No descuidó un solo aspecto dificultando así que pusiera peros o reprimendas por fallos.

Con los días me aprendí su nombre dejando de confundirla con Camila. No tenía parecido algunos, solo que no tenía cabeza para nada más que trabajar.

__ Como sabe en un mes regresa Camila. - le dije captando su preocupación por ser despedida. - Defiende su sueldo a la perfección, así que podría considerar el optar por un nuevo cargo que se abrirá en unos días.

__ ¿Un nuevo cargo? No estaba enterada. - su rostro se contrajo. - ¿De que se trata?

__ Se trata de una secretaria. Camila no podrá con todo estando con su hijo y por políticas de la empresa no se puede despedir. Además que es la hija de uno de los socios del bufete. - explico mientras almuerzo. - Si decide hacerlo, debería decirlo. Así lo tomaría automáticamente y no se buscaría más.

__ Tenía otros planes. - masticó sin esperar a que continúe.

__ Como quiera. Era solo una sugerencia. - limpié mi boca con el pañuelo. - De todos modos...

__ Como dije, tenía otros planes pero me gustó trabajar en este lugar. No es tan malo como creí. - contesta. - El ambiente no es tan difícil ni su carácter...

Se calló de golpe al ver su error.

__ Lo lamento. No quise decir eso. - se disculpó. - Tomaré el trabajo así tengo algo antes de...

Me parecía curiosa su actitud. Como si fuese un alivio para ella el tener un trabajo fijo.

Quise preguntar pero me contuve. No debía ser entrometido aunque la curiosidad me ganara por saber lo que estuvo a punto de decir y tuve que morderme la lengua para no hacerlo. Debía mantener mi postura de jefe, no la de un charlatan chismoso que no tenía más que hacer.

Mi trabajo lo era todo para mí. No podía simplemente ignorar mi actitud de un momento a otro cuando me distinguía por ello.

Desde mi niñez fui contemplado para ser de los mejores en mi escuela. Pese a ser solo el gesto de caridad de los D'angelo no pretendía hacerme conocido por el apellido. Tanto mi hermana como yo nos veíamos más allá que solo dos personas cargando un apellido forjado con fama. El talento no se podía negar. Mucho menos el éxito obtenido en tan poco tiempo.

__ Señor, su madre lo busca. - sin pensarlo dos veces di el pase, incorporándome al mismo tiempo para ir con ella. Cristina, una mujer muy intimidante si se lo proponía, pero sobretodo capaz de sacar ese lado que muchos escondemos del resto.

En poco tiempo la mujer de cabello castaño apareció por la puerta, sus brazos me rodearon y su voz acarició mis oídos.

__ Hace semanas que no vas a casa. - reclamó enérgicamente. - Hasta diría que lo evitas.

__ No es por eso. - bajé a su altura por el beso que siempre dejaba en mi frente. Por mucho que sintiera que no estaba en edad para eso, si me negaba no sería carne viva luego de hacerlo. - He tenido mucho trabajo. A duras penas duermo un par de horas.

Estudió mi rostro buscando una mentira, solo que no mentía. Las noches me las pasaba pegado al computador, con las investigaciones de mis clientes y las mías propias para que el fiscal no me tomara por sorpresa. Era simplemente mi escondite perfecto para no pensar en la realidad agobiante de mi vida casi intolerable para el resto.

__ ¿Al menos has comido bien? - volvió a preocuparse. - Te ves demacrado. Un poco bajo de peso diría.

__ No es así y lo sabes. - lo tomé con humor. - Que me quieras ver pesando doscientos kilos es otra cosa.

__ No estoy para bromas. - contrarió - Supongo que es por no verte todo el tiempo. Amor, deberías venir este fin de semana. Edmond regresa, se alegrará de verte.

__ Al fin lo hace ¿eh? - siseé. - No creí que lo hiciera luego de maravillarse con la isla de los conejos.

__ Ya sabes cómo es. A él le gusta todo y en este caso, quiere volver a pasar una temporada con la familia. - tomo mi mano sobre la mesa. - Te estaremos esperando, será de noche.

__ Veré qué puedo hacer. - eso la tranquilizaba. - Pero vine por otro asunto. - repuso. - No quiero presionarte, pero tu padre quiere reafirmar tu compromiso con Lexi.

__ No creo que sea posible.

__ Vamos, cariño. Después de lo ocurrido te alejaste hasta de ella. - insistió.

__ Mamá. - advertí.

Suspiró pesadamente. Me molestaba verla afectada por el pasado, pero no podía hacer más que callar lo que en realidad pasaba. Ella lo sabía, sin embargo; nunca tuvimos una conversación sobre lo que pasó por mi mente en ese instante. Prefería callar, un cierre hermético para no dejar salir lo que me agobiaba.

No la quería, aún cuando me gustaba. Pero eso no implicaba nada más que un gusto.

Su insistencia me tenía hastiado y volvía ese gusto en querer evitarla todo el tiempo.

Me había convertido en un ser pusilánime. Lo que odiaba y ahora era mi escudo.

__ Sabes que tampoco perdono lo que hizo, pero es mejor que lo aclares del todo con tu padre.

__ Lo voy a hacer. - aseguré

Sonrió. Eso me gustaba. Cubría un poco las cicatrices que mi alma había cerrado de a poco. Eso era lo que quedaría de mí.

En cuanto se retiró, me dispuse a seguir con el mismo ritmo de trabajo. No podía perder el tiempo cuando un caso me estaba quebrantando la cabeza.

__ El cliente llegó. - me dijo Isabella. No me miró y por algún motivo sentí eso como un insulto. Igual hice uso de mi profesionalidad.

En lo que buscaba su expediente, el hombre de casi cincuenta entró un tanto asustado.

__ ¿Hay noticias? - preguntó con un tono suave

__ Cuando le pedí que me dijera lo primordial me refería a todo. - reiteré abriendo el expediente.

Lo que la asistente encontró no era favorable para el caso. Al fiscal no le importaría que fuera inocente o no, su trabajo es que se haga justicia condenando a quien cree culpable y yo veía inocente, aún.

Mi reunión se basó en dejar claro la información que esperaba saber desde su versión. Me encargaría de buscar testigos o pruebas que lo respaldaran luego. Solo teniendo todos los datos en las manos aseguraba hacer mi trabajo.

Para la noche terminé con los pendientes, por lo que era hora de irme a casa. Abrí el maletín encontrando el cintillo en una de las esquinas, recordaba eso, solo que ahora tenía un aroma muy conocido. Jazmín, muy agradable.

__ No sé porqué sigues en mis manos - suspiré cansado mirando las tres perlas que lo decoraban.

__ Señor, su chófer... - su voz se apagó. Escaneó lo que tenía en las manos y retrocedió. - ¿Donde encontró eso?

La miré con confusión.

__ ¿Algún problema? - indagué.

__ ¿Dónde la encontró? - insistió - Porque es...

Quise que siguiera, pero no lo hizo. Sus mejillas palidecieron.

__ ¿Dejará su tartamudez? - bajó la guardia. Sus pies se juntaron y tomó valor

__ ¿Era usted? - cuestionó angustiada.

__ Así que no aluciné - afirmé. Su rostro se descompuso

__ Eso... Es mejor olvidar todo. No pasó nada que no se haya hecho antes. - trató de bromear. Al no funcionarle optó por fingir que aún tenía control sobre sus manos. - Solo olvídelo.

Salió disparada de la oficina dejándome solo el perfume que usaba dentro. Como un recuerdo cruel.

Ese aroma me había confundido por días enteros y ahora resultaba que si había sido ella. Era dulce. Brisa deliciosa. Era la asistente. ¿Como pretendía que olvidara tal cosa?

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