Ella, que aún estaba arrodillada, miró su amplio pecho y luego su rostro firme y sin emociones. Su mirada exudaba tanto peligro que Paola no podía creer que ni siquiera la hubiera pateado hasta matarla. Debe estar esforzándose mucho para controlar su ira, pensó ella. Luego, con voz quebrada, dijo:
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