Un par de minutos después, unas voces infantiles irrumpieron en el aire:
—¡Papá! ¡Papá!
Dereck dejó caer el cuchillo que aún sostenía y, sin perder tiempo, se limpió apresuradamente el rostro manchado de sangre. Sus hijos venían corriendo hacia él.
—¡Mis niños! —exclamó, y se agachó para recibirlos