Miranda
Siento los enormes brazos de James rodearme y me aferro a su cuello cuando me levanta como un bebé y acaricia mi cabello. Me permite ser débil por un par de minutos y me acaricia y besa mis mejillas, hasta que la incomodidad se abre paso en medio de la lucidez que voy recobrando poco a poco. Me alejo para verlo a los ojos, esos profundos pozos negros que llegan a intimidar cuando se le antoja, y sonrío apenada.
—Lo siento.
—Te he dicho que no estás sola y no me dejas ayudarte.
Veo su preocupación y bajo la cabeza, pero algo llama mi atención.
—¿Dónde están? —pregunto alterada.
—Dormidos en su cuna. Aunq