Cap 117. El libro
El carruaje se detiene con un crujido suave de madera y el relinchar de los caballos. Al otro lado del camino, se extiende un poblado pequeño, rodeado por montes cubiertos de niebla baja y bosques de pinos oscuros. No hay murallas ni vigilancia pesada, pero se percibe un aire de alerta silenciosa. Es un lugar hermoso, aunque marcado por la discreta sombra de la necesidad.
Edward baja primero y, como siempre, le ofrece la mano a Amaris. Ella lo toma con dulzura, aunque no necesita ayuda.
Un grupo pequeño de aldeanos los observa desde la distancia. No hay desconfianza, pero tampoco tienen una bienvenida. Es como si esta tierra aún no supiera si puede confiar en ellos.
—Parece tranquilo —dice Amaris, ajustando su capa. El viento le despeina un mechón de cabello que Edward acomoda con los dedos, sin apartar la mirada de su rostro.
—Espero que lo sea, creo que ya tuve suficiente... aventura por un buen tiempo.
El pueblo de Eltheas.
Amaris y Edward se hospedan en una pequeña posada, una ha