Elena acomodó sus lentes de contacto y retocó su maquillaje, entonces escuchó un ligero golpe en la puerta, abrió y allí estaba Pablo recostado en el umbral con un perfecto traje, con la mano derecha en la barbilla donde brillaba una sortija de titanio y el Rolex de su muñeca.
— Pablo, si viniste —expresó Elena entusiasmada.
— Te dije que vendría, pero después pensé que quizás era presuntuoso de mi parte ya que me dijiste que no viniera, sin embargo, es obvio que decidí venir igual.
— Presuntuoso, justo lo que pensé que sería que te sintieras obligado a venir por una apuesta, cuando no recibí de ti sino dos mensajes, cero llamadas y que ignoraras mis mensajes.
— Tus mensajes, solo fue un mensaje que decías buenos días y lo vi a las 3 de