El salón central de la fortaleza Vorlak se había transformado en un campo de guerra ancestral. Columnas flotantes, suelos cambiantes y sombras vivientes se entrelazaban, creando un laberinto imposible. Cada rincón estaba saturado de energía que oscilaba entre luz y oscuridad, reflejo del eclipse que iluminaba la fortaleza.
Arkan emergió en el centro, más imponente que nunca, con su forma oscilando entre humano y sombra ancestral. Sus ojos, dos faros de memoria y poder, recorrían a los tres portadores: Ciel, Ian y Jordan.
—Ha llegado el momento final —dijo Arkan, su voz vibrando con siglos de conocimiento—. Solo uno puede dominar la sangre híbrida y reclamar el control absoluto del linaje.
Ciel respiró hondo, sintiendo cómo su sangre híbrida palpitaba con fuerza, fusionando percepción humana, fuerza vampírica y memoria ancestral. Esta vez, sabía que no solo dependía de ella: la fuerza y la estrategia de Ian y Jordan serían decisivas.
—No estamos solos —dijo Ciel, con los ojos brillando