CAPÍTULO LXI. COMO UNA LIBÉLULA
Anissa
El dolor me recorría de pies a cabeza.
Las heridas eran profundas, desgarrando mucho más que mi piel y robándome cada vez un poco más de vida en cada aliento.
La figura de Declan frente a mí habría aterrado a cualquiera. Sus ojos carmesíes parecían inyectados de sangre, o, tal vez, sedientos de ella. Estaba hambriento, ansioso, delirante, por dar la estocada final y ser él quien, con sus propias manos, acabara con mi vida.
Él sabía que bien podía permitir que pasaran algunos minutos más y dejar que el tiempo se encargara de desangrarme. Pero no era lo que quería. Sus sádicas intenciones lo mantenían aferrados a la convicción de ser él mismo quien arrebatara mis últimas fuerzas.
Aquel espeluznante Ereseo alzó su mano, mostrando el peligroso filo de sus garras.
Lo haría.
Se abalanzaría hacia mí.
Y todo ocurrió en cuestión de segundos.
Mi cuerpo estaba tan débil en aquel momento, que lo único que tenía claro era el dolor que sentía. Pero uno nuevo a