Tristán regresó a la pensión, pero no llegó a entrar porque Sara se encontraba en la puerta hablando con la señora Carmen.
El cielo se había nublado y amenazaba con comenzar a llover, así que fue la excusa perfecta para que Sara se despidiera con prisa de la dueña de la pensión y sujetara a Tristán de un antebrazo para guiarle a través de la estrecha acera en la dirección que llevaba a su casa.
Pasaron frente a la confitería en la que habían desayunado por la mañana y aquello pareció recordarle algo a Sara.
—¿Cómo es eso de que no tienes móvil? No conozco a nadie, pero a nadie, ni al más viejo de los habitantes de Cuñera que no tenga móvil hoy día.
Tristán se encogió de hombros.
—Bueno, no sé, supongo que nunca lo necesité.
Sara le pegó