EPÍLOGO

Tristán esperaba sentado en el despacho del director de la clínica en la que había pasado la mayor parte de su vida a que este le recibiera. Las enfermeras y operarias del centro se habían alegrado al verle, pero no podían dejar de mirarle con curiosidad y algunas con cierto miedo. La historia se había expandido con la velocidad de la pólvora.

El jefe y el director del orfanato no habían tenido suerte. La pena máxima al delito cometido era de más de quince años, por lo que el delito no había prescrito, quedaba poco menos de un año para que lo hiciera. Aurora tampoco se salvó, aunque su pena fuese menor.

El dueño del bar que les había proporcionado la falsa coartada, hacía años que había muerto.

Tristán observó por la ventana que tenía al frente. Las estelas blancas de los aviones atravesaban el cielo azul e hiz

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