Capítulo 50

Mientras esperábamos sentados en las bancas amarillas del Efecty que quedaba a una cuadra de mi edificio para hacer el envío del paquete, mis manos sudaban mientras se entrelazaban estresadas e impacientes.

Adam veía con curiosidad cómo el viejo abanico pegado en la pared era incapaz de amortiguar el incesante calor que hacía en el pequeño local, cuestionando lo infeliz que sería si tuviera que trabajar en un lugar como aquel. Comparaba los lugares que debía visitar cuando se encontraba conmigo. Llegó a hacer varios comentarios, susurrándome al oído.

Se pasaba un pañuelo blanco por la frente una y otra vez. Tenía un tic en la pierna derecha, temblaba desesperada. Sus ojos pasaban del abanico al indicador del turno.

—Maldita sea, ¿cómo es posible que aquí no haya aire acondicionado? —gruñó—. Tuvimos que llamar a la oficina de correo directamente y que se llevaran el paquete.

—Por aquí es mejor, cuesta menos —dije.

—El dinero no es el problema, Evie —espetó—. ¿No ves lo que causa el q
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