-¿Qué estás haciendo aquí?- dije sorprendida deteniendo mis pasos.
Máximo se volteó en cuanto escuchó mi voz y observé sus manos: sostenía mi dibujo, su retrato.
Mierda, no.
Me acerqué molesta, aunque en realidad lo que sentía era vergüenza, y lo arrebaté de sus dedos. Lo dejé nuevamente en el escritorio, junto a la manzana que había mordido.
Lo observé fijamente y noté que estaba asombrado. Y cómo no, había descubierto que él era mi inspiración.
-¿Qué haces aquí Máximo?- ins