Capítulo 32.

Los azules ojos de su padre se atestaron de pasmo, el hombre se interpuso entre el paso a la gran ventana y sujetó a rubia fémina con numerosa potencia por su fina cintura cuando cayó en cuenta de la locura que esta cavilaba llevar a cabo.

—¡Adalia! ¡Tranquilízate! 

Jaló su fino cuerpo con considerable pujanza y la apartó enteramente de la amplia ventana, entorpeciendo aquella enloquecida idea que había franqueado los destrozados recovecos de su tan exasperada mente ahíta de congoja, la sensatez y la prudencia ambicionaban desbandarse de su cuerpo en una situación así, desleírse, añublar sus sentidos como si hubiese pasado un narcótico; solo el suicidio era su única senda de escape, solo muerta ella podría liberarse de Derek y su perturbadora y tan enfermiza locura, aquellos eran los pensamientos que detonaban en su mente mientra

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