Lorenzo Lombardi
—¡Te castigaré! —digo mirándola a los ojos.
Ella traga saliba y camina hasta la puerta, sale y me la cierra en la cara.
Estúpida.
Sus carcajadas se escuchan por todo el pasillo. No pierde el glamour al caminar aunque va muriendo de risa. La sigo y llegamos a la recepción donde me indican que el taxista ya llegó.
Llegamos al restaurante y los presentes no le quitan los ojos de encima. Ella camina muy segura de si. Sus tacones rojos a juego con sus labios me hacer imaginarme una escena erótica de la que no quiero hablar, porque se me formaría una erección.
Ya tengo una.