Dominique había llevado a Antonela a la fábrica esa mañana. El camino transcurrió en un silencio como si ambas no tuvieran nada que decirse, algo que no sucedía desde hacía mucho tiempo. Dominique siempre tenía historias que contar, especialmente sobre el lugar y las personas con las que trabajaba, pero aquel día cualquier palabra parecía inútil.
Antonela observaba la ciudad pasar por la ventanilla del coche, pero sus pensamientos estaban en Adam y en la situación en la que se encontraba. Las primeras horas sin la presencia del niño fueron torturantes. Sintió un enorme vacío en el pecho, sabiendo que nada podría llenarlo.
Debería estar sentada frente a su cama viéndolo dormir, y ese pensamiento hizo que su corazón se hiciera pedazos una vez más. Al menos, Benjamim debía estar disfrutando de ese momento y Adam estaba feliz a su lado, pensó, pero ni siquiera eso alivió sus dolores de cabeza.
Antonela no se dio cuenta de que el viejo Chevette se había detenido y de que había llegado a la